Domingo 30 de agosto de 2015

La sabiduría de un pueblo

Dt 4,1-2.6-8; St 1,17-18.21b-22.27; Mc 7,1-8ª.14-15.21-23

Por Alberto Toutin ss.cc.

En su pedagogía paciente, Dios no solo quiere formar un pueblo sino que también quiere hacer de él un pueblo inteligente y sabio. Sabemos todos por experiencia, cuán complejo es formar el corazón de una persona para que sea sabio e inteligente, y aún más si se trata de formar el corazón de un pueblo. Para realizar este anhelo, Dios ofrece  una mediación, una ley en la que se propone un camino para buscar, discernir y cumplir su voluntad. Dios ofrece esta mediación a un pueblo libre, capaz de acoger esta voluntad de Dios, hacerla suya.  Por parte del pueblo, éste descubre la bondad del querer de Dios cuando pone sus mejores energías y capacidades para buscarlo y sobre todo, cuando lo pone en práctica, en las circunstancias que son las suyas. Todos sabemos de experiencia el largo trayecto que media entre la comprensión que podamos tener del querer de Dios y su puesta en práctica. Es aquí, en la realización concreta del querer de Dios que “entendemos” finalmente el querer de Dios. Parafraseando a nuestro hermano Esteban Gumucio que escribía en uno de sus poemas: “A Dios [y su querer] para conocerlo, hay que caminarlo” y esto no solo cada uno por su lado, sino con los hermanos y hermanas con los que formamos un pueblo, “Su” pueblo.

Otro camino que ofrece Dios a su pueblo para que se convierta en un pueblo sabio e inteligente es el de oración. Ésta es descrita hermosamente como la invocación de Dios a través de nuestros balbuceos y de nuestros gestos. Dios se hace entonces prójimo, cercano precisamente à través de nuestras palabras.  No deja de ser impresionante que Dios se haga encontradizo en nuestras palabras con las que invocamos su nombre. Con cuánto mayor razón cuando esa invocación surge del corazón de un pueblo que es convocado por Dios, en Iglesia, en comunidad. Por experiencia sabemos también la fuerza que tiene la oración de la comunidad que nos sostiene y nos acompaña, en todo momento, en especial en los tiempos de prueba o de dificultad.

Un tercer camino que ofrece Dios para ser un pueblo sabio es también la conciencia de nuestros límites. Es lo que deja en evidencia Jesús, en el debate con los escribas y fariseos acerca de lo que haría al ser humano puro e impuro. La raíz de lo más noble- abrazar la voluntad de Dios, ponerla en práctica o invocar el nombre de Dios- y de lo más abyecto- la lista que ofrece Marcos- brota del interior del ser humano, del corazón. Es por eso que a menudo la oración del pueblo fiel a Dios es que cambio el corazón humano y lo ponga en sintonía con su querer. Oración que va acompañada también por una ruda batalla que se libra allí mismo,  en corazón entre el querer de Dios y los propósitos antagónicos que nos orientan hacia el mal. De esta lucha era consciente nuestro hermano Eustáquio cuya oración podemos hacer nuestra para vivir en hombres y mujeres sabios según el querer de Dios

«Dos fuerzas dentro de mí, una que me tira al suelo, y la otra hacia el cielo. Una fuerza del demonio, la otra de Dios. Cuando me dé por vencido por la fuerza diabólica, habré caído en la mayor miseria espiritual posible, y habré quebrado el equilibrio de las dos fuerzas. Cuando por cualquier razón o pasión mi alma se separa, aunque sea un poco, de su Creador, pronto siento la mayor miseria entrar en mi corazón. Oh si pudiéramos alguna vez escapar del menor mal. Oh si mi mirada fuese siempre una mirada limpia, una mirada que se dirige directamente a Dios. ¡Ah! ¿Cuándo llegará para mí el tiempo en que todo este mundo sea transparente? ¡ Oh! ¿Cuándo dejaré de engañar a Dios y al mundo, cuándo voy a ser verdadero, cuándo estaré de verdad (ut non dolus sit in me) buscando solamente la gloria de Dios?”.

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