Compartimos aquí la homilía de Alfonso Montalba ss.cc. (Ponchito), para sus 50 años de vida religiosa.
Homilía en los 50 años de vida religiosa de Alfonso Montalba ss.cc.
Punta de Tralca, primer viernes de febrero de 1982.
Hermanos, solo el Señor sabe cuánto me cuesta, yo tan hablador, predicar a mis hermanos. Soy de los que sé que no predico bien, aunque a veces la vanidad me lo hace olvidar y lo hago mal y no lo sé.
Hermanos, bendito sea Dios que sean tan exigentes porque lo son en caridad, pero he sufrido mucho estos días pensando qué voy a decir, y se me abrió una luz. Voy a hablar en voz alta a mi Dios y mi Señor, a Jesús, mi amigo y hermano. Pero no miro al sagrario sino a ustedes mi comunidad, mi familia, mi Iglesia, miembros vivos de Cristo Jesús. En ustedes él está con realísima realidad.
Tu Señor me entiendes bien, no te molestas por los lugares comunes aunque me cueste llegar entre tantos circunstanciales al complemento directo, a la frase principal: “Porque no ha llegado la palabra a mi boca, y ya, Señor, te la sabes toda”.
Hace 50 años, menos 23 días, sin saber bien lo que hacía, con 17 y medio cumplidos, contigo me comprometí. No aislado, ermitaño, sino miembro de una comunidad, de una familia, esta de José María, Buen Padre y Enriqueta de la Chevalerie, que lleva por nombre, apellido, un plural que no puede cambiar, solo tu cambias los nombres: Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Tenía Jesús un agregado que ya no se expresa, pero se me ocurre tu no debes olvidar: la adoración perpetua del sacramento de tu altar.
La profesión de los votos creo no duró más de una hora, pero el vivirlos, que es lo importa, alcanza ya diez lustros. 18 mil y tantos amaneceres, cada uno en tu designio, comienzo de un nuevo existir, tu que habías creado mis entrañas, me habías tejido en el seno materno.
Me has rodeado siempre de tu amor, y por eso te doy gracias Señor y alabaré por siempre a mi Dios.
Ha llegado a mi, no en visiones ni en lo profundo de la contemplación (creo no haber gustado nunca de un minuto sin distracción) pero si en los hermanos y en la pequeña iglesia de esta familia mi Congregación. Gracias Señor porque por ella, con ella y en ella, todo, todo lo he recibido. Gracias a ti Señor (Muestro a los hermanos). En ella pudo florecer y en algo fructificar (son tantas las zarzas y excrecencias y fruto personal) ese germen maravilloso de la vida bautismal que debo a Carlos y Carmela, mis padres, en el ser y en la fe. Por ellos, y toda mi cristiana familia, gracias a ti Señor.
Y gracias por todos los de esta nueva familia a la que he jurado pertenecer. La Congregación no es una entidad abstracta: son mis padres (hermanos decimos hoy día) que me recibieron y enseñaron, me formaron y reformaron, reconfortaron y no apagaron la debilidad de mi luz y siguen en este otoño ya avanzadito de mi vida, empujándome y renovándome para ue no me quede en “mis tiempos” forjados por Trento y el Vaticano I, sino que comprenda que este, el de hoy, el de ahora, es mi tiempo también.
Gracias Señor por Manuel, el hermano mayor, que hoy nos guía en comunión con Juan (PG). Gracias por los que antes que él me indicaron un camino: Mario, Diego y Esteban (aquí están). Cuántas tal vez horas, velaron por mi –y les di preocupaciones aumentando la carga, el peso en su misión de servir-, gracias por Manuel, nos ha dejado, pero cuánto le debo –Señor, no le abandones- y a Adalberto, Carlos y Félix, cuya fidelidad solo tu conociste, les concediste contemplar la luz de tu rostro, y siento que en esa luz, con nosotros aquí están…
Y por esto gracias Señor, me siento entre los pequeños a quienes revelas estas cosas que no se pueden definir ni encerrar en fórmulas.
Y ahora, una sola petición, la misma que tu nos hiciste; haz que nuestra profesión y nuestros votos se traduzcan en amarnos como tu nos has amado (con profunda radicalidad) y como no a nosotros, sino al Padre lo pediste, que seamos uno como tu y Él, en la más perfecta unidad: la que inscribe en la trinidad.
Esto nos proclama como un símbolo vivo y siempre actual, la unión de tu corazón y el de tu madre. Y esto lo significa y realiza tu presencia dinámica y transformadora en el Santísimo sacramento del Altar, en Adoración y Comunión que nada puede reemplazar, en exclusividad que (por lo mismo) incluye esencialmente la abertura a los demás.
Son 50 años por tu parte, de incesante fidelidad, es lo que hoy en primer lugar celebramos, no puedo decir lo mismo de la mía, pues cada día caigo y me levantas. Creo Señor en tu amor y tu perdón.