Domingo 27 de septiembre de 2015

Nm 11,25-29; St 5,1-6; Mc 9,37-42.44.46-47
Por Beltrán Villegas ss.cc.

El Evangelio de hoy contiene una serie de dichos de Jesús vinculados entre sí de una manera artificiosa que no es del caso exponer aquí y ahora.

De la media docena de temas diferentes, la liturgia nos invita a detenernos en el primero de ellos al elegir como 1ª lectura un episodio del Antiguo Testamento que ofrece un interesante paralelo con la enseñanza o actitud de Jesús evocada en los versículos 38-40 del evangelio de Marcos. El tema que se subraya en ambos textos es que la generosidad de Moisés y de Jesús es mayor que la de sus seguidores: Josué, el brazo derecho de Moisés, y Juan, el discípulo amado de Jesús, aparecen inspirados por una actitud exclusivista y celosa, que es criticada respectivamente por Moisés y por Jesús.

Evidentemente, la Iglesia quiere que revisemos «de qué espíritu somos» para que no vayamos a convertirnos, no solo en «más papistas que el Papa», sino incluso en más «cristianos que Cristo».

Creo que la actitud que los textos de hoy nos proponen como importante de asumir, se expresa muy concisamente en la famosa consigna de Lutero: «Dejar que Dios sea Dios», sin pretender que siempre sus actitudes tengan que coincidir con las ideas que nos hemos formado de ellas. Los padres de la Iglesia habían ya creado una máxima que los monjes -y en general los cristianos- tenían que repetir constantemente: «Deus semper major». Dios es siempre más grande que las imágenes que de él nos vamos construyendo.

Todos los atributos de Dios son más grandes que los conceptos y contenidos que de ellos nos forjamos. Pero quizá el que más insuficientemente captamos sea su misericordia. Es evidente que Dios es justo; pero forma parte de su justicia el tomar en cuenta nuestra fragilidad y nuestra dificultad para llegar a tener una plena claridad sobre el valor o alcance de lo que somos. Ya lo había percibido un salmista: «Como un padre se enternece con sus hijos, se enternece el Señor con quien lo teme. El bien sabe cómo fuimos formados, y recuerda que no somos más que polvo» (S 103 [102] 13-14)

Solo en cuanto vamos tomando conciencia de que necesitamos el perdón de Dios, tiene que desarrollarse en nosotros la tendencia a no erigirnos en jueces rigurosos de las conductas ajenas.

La medida de nuestra capacidad de acoger la misericordia de Dios hacia nosotros está dada por la medida en que somos capaces de alegrarnos por la misericordia de Dios que se despliega en nuestros hermanos.

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