Domingo 4 de octubre de 2015

Por Monserrat Montecino ss.cc.

Marcos, en estos versículos de su evangelio, pone a Jesús nuevamente en encrucijada con los fariseos que desean probarlo. Ellos le preguntan si está permitido el divorcio. Jesús sabiendo que ellos querían escuchar algo distinto para acusarlo, los remonta a su propia ley, la ley de Moisés que ellos perfectamente conocían, enseñaban y aplicaban. Y es más, hace que ellos mismos respondan su pregunta sin agregar ni quitar nada.

Inmediatamente Jesús cambia de auditorio; el Evangelio nos dice que le traen unos niños para que los tocara. Los discípulos, perturbados, los alejan porque seguramente se habían quedado en la conversación anterior, la conversación de los poderosos, de los entendidos, los niños no caben aquí, incluso podemos decir que sobran. Pero el maestro hace un giro en 180 grados y se centra en ellos, los pequeños, y les dirige la palabra, los toca y los usa de ejemplo. Afirmando que solo los que se hacen como ellos podrán ser merecedores y entrar en el Reino. Hacerse como niños es mirar a Dios como un padre y sentir que nada importa si estamos con él y en él, es dejar de preocuparse por las relaciones humanas ya que todo proviene de Dios y a él pertenece. Es la confianza de una guagua dormida en los brazos de su madre, esa criatura se abandona totalmente porque siente que nada pasará.

¡Señor ayúdanos a confiar en ti con la sencillez de los niños!

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