Domingo 11 de octubre de 2015

Por Matías Valenzuela ss.cc.

“¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!” dice Jesús. Es una palabra que interpela a los hombres y mujeres de todos los tiempos y nos plantea a nosotros la pregunta acerca de aquello en lo que ponemos nuestra confianza y ¿cuánta es la confianza que tenemos en el Señor? El texto del evangelio es tan hermoso como conocido, se trata de aquel hombre que se acerca a Jesús para preguntarle ¿qué debía hacer para alcanzar la vida eterna? Es decir, la salvación ofrecida y prometida por Dios que es vida en abundancia, vida en plenitud y que de algún modo estamos llamados a gozar y vivir desde aquí y ahora en medio de nuestro peregrinar humano, entre luchas y exigencias, entre alegrías y frustraciones, entre esperanzas y persecuciones.

El Reino de Dios ya está en medio nuestro y la invitación es a dejarnos transformar por él. Este hombre que en el evangelio de Mateo se dice que era un joven y a quien Jesús mira con cariño, no es capaz de llevar hasta el final las palabras del Señor. Ha cumplido los mandamientos y siente que algo le falta, ha sido bueno, pero quiere hacer algo más, se da cuenta que está en el mínimo y que para unirse más profundamente a Dios debe dar un paso más, vivir un “más” (como lo expresa muy claramente la espiritualidad ignaciana), por ello hace la pregunta a quien se da cuenta está caminando en el Espíritu de Dios, a quien reconoce como unido fuertemente al amor de Dios. Entonces hace la pregunta, lo cual es siempre un riesgo porque debemos estar dispuestos a escuchar una respuesta. Por lo mismo, no son pocos los que evitan en la oración hacer a Dios la pregunta ¿qué quieres de mí Señor? porque tienen miedo de que ante esa disponibilidad el Dios de la vida los comprometa a una entrega completa. Y Jesús le responde, anda, vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres y luego ven y sígueme. La propuesta de Jesús es de una libertad increíble, es la libertad que vivía él mismo, en la que no se aferra a nada, sino que todo su tiempo, todo lo que él es, está entregado al servicio del Reino, todo está puesto a disposición de la voluntad de Dios.

Fue este evangelio el que escuchó San Antonio abad, uno de los primeros monjes del desierto, uno de los primeros en partir hacia esas tierras del norte de África en que buscaron la soledad y el silencio, a veces aisladamente y a veces en comunidad, para unirse radicalmente a Dios y desde ahí vivir el amor. Antonio vendió todos sus bienes, se preocupó de que su hermana quedara con lo necesario, lo demás lo repartió entre los pobres y luego partió. Así también lo han hecho grandes santos en la vida de la Iglesia, entre ellos San Francisco que se despojó de todo hasta el punto de quedar desnudo en la plaza de Asís diciendo que él entregaba todos los bienes de su padre porque él era hijo de Dios. Esta aparente locura es algo que deseamos siga ocurriendo en la historia de nuestro Pueblo por años sin términos hasta el final de los tiempos. Que haya hombres y mujeres que por la locura del amor a Jesús, lo sigan, dejándolo todo, en la máxima libertad, privilegiando la sabiduría que viene de Dios por sobre cualquier haber o poseer, por sobre cualquier cosa que no sea Dios. No antepongas nada a Cristo dice la regla benedictina, él es primero y último, él es nuestra verdadera posesión, él es la parte de la herencia que nos toca. Pero esto requiere un amor apasionado, un amor que lleva a una entrega decidida, a una determinada determinación. Un amor como el de los jóvenes enamorados, que están dispuestos a dejarlo todo por amor. Por eso podemos decir que este hombre que se acerca a Jesús con su pregunta no era verdaderamente joven, ya estaba aferrado a muchas cosas, en realidad era un viejo que tenía apariencia de joven, un hombre cuyo corazón había perdido la libertad que requiere la apertura del amor.

Para algunos este camino de seguimiento implicará una consagración completa por el Reino en el seguimiento del Señor y esperamos que sean muchos y que sean vocaciones santas, sanas y sabias, llenas de amor y llenas de la alegría del evangelio. Eso es lo que esperamos y pedimos al Señor que siga llamando a muchos y que estos sepan escuchar.

Y a todos aquellos que sean llamados a vivir el seguimiento de Jesús formando una familia y entregándose desde una profesión y desde su ser laicos comprometidos, de todos modos el evangelio los interpela. La llamada sigue siendo a poner la confianza en el Señor y estar en condiciones de vivir según los criterios del evangelio sin dejarse arrastrar por las exigencias del dinero o del poder ¿En qué o en quién ponemos nuestra confianza? En la propiedad, en los bienes o en las personas y en el amor y en Dios. Cuál es mi escala de prioridades. Esto exige una resistencia firme, animada por un espíritu que haya descubierto la alegría del dar y del darse y que todos somos responsables unos de otros.

El 16 de septiembre recién pasado, en el terremoto de la cuarta región, Damaris Carrimam, de 20 años, estudiante de Trabajo Social y operaria del peaje San José, en la Autopista Los Libertadores, levantó las barreras del peaje para que los autos pudieran pasar gratis y así evitar que pusieran en riesgo su vida. Esto implicó que fuere fuertemente recriminada por su jefa y se le impidiera partir a su casa a encontrarse con su hija de menos de un año. Toda la situación me parece inadmisible, verdaderamente inhumana, ahí se puso en primer lugar los criterios económicos y la propiedad. Había que seguir cobrando y había que cobrarles a todos. Qué pasa con las personas y sus sentimientos. En qué momento nos volvimos inhumanos. Eso es Mammon, dios dinero y ¡es inaceptable! Como la misma Damaris señala en una columna del The Clinic (http://www.theclinic.cl/2015/09/24/cajera-del-peaje-los-libertadores-que-abrio-las-barreras-la-mayoria-de-los-trabajadores-tienen-mas-miedo-a-sus-jefes-que-a-un-terremoto/) “aunque la Constitución diga lo contrario, siempre la vida valdrá más que la propiedad. Que no les metan más el dedo en la boca”. Primero está la vida, están las personas, está el amor, a eso se refiere Jesús, eso requiere una enorme libertad que podemos fundar justamente en la confianza y en la búsqueda conjunta de la voluntad de Dios. Solo abriéndonos así estaremos en condiciones de permitir en nosotros el reinado de Dios.

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