Laicos de Osorno: nacidos y criados en la Iglesia

Por Alex Vigueras Cherres ss.cc., Superior provincial

El 13 de junio de este año participé en el Primer Encuentro Nacional de Laicos realizado en la ciudad de Osorno. Ahí tuve la oportunidad de interactuar con muchos de ellos: escucharlos, rezar juntos, trabajar en grupo, compartir la mesa. Al final del día hubo algo me quedó claro: los laicos y laicas de Osorno, que piden la renuncia de Mons. Juan Barros, son nacidos y criados en la Iglesia. Son animadores de comunidades, integrantes de coros parroquiales, de los equipos de liturgia; son catequistas, personas comprometidas en la pastoral social, en la pastoral del 1%, etc.

En un momento, cuando volvíamos al lugar del encuentro después del almuerzo, una señora me dijo: “Nos han tratado de comunistas, de encapuchadas, de abandonar a nuestros maridos por todas las actividades que hemos tenido…en lo único que podrían tener razón es en esto último”.

Los laicos y laicas de Osorno son fruto de una Iglesia que se tomó en serio el Concilio Vaticano II y se preocupó de formar el laicado a partir de la conciencia de la dignidad del bautismo que nos constituye a todos sacerdotes, profetas y reyes. El laico ya no es visto como “ayudante” del sacerdote. Se trata, incluso, de algo más que estimular la participación del laicado en la Iglesia. Lo que debemos buscar es el protagonismo laical: de un laicado que, a partir de la experiencia de Dios vivida personalmente y en comunidad, está llamado a decir una palabra de Dios y, por eso, una palabra profética; un laicado que está llamado a ejercer un poder en la Iglesia y en el mundo en nombre de Dios.

Ya no existe, por tanto, en la Iglesia la división drástica entre los que enseñan y los que aprenden, los que guían y los que son guiados. Somos llamados a ser una comunidad en que nos enseñemos unos a otros, nos sirvamos unos a otros, nos guiemos unos a otros (el pastor sabe que, a veces, debe él seguir a las ovejas, pues ellas saben buscar mejor el lugar donde está el alimento). Y todo esto como concreción del mandamiento más importante: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

Las motivaciones que animan la causa de los laicos de Osorno no son políticas, en primer lugar, sino religiosas. Los mueve la conciencia de responsabilidad por la Iglesia en la que han nacido y han sido criados. La actitud crítica también puede ser una señal de responsabilidad, de madurez, de comunión, de amor.

La tesis de que lo que está pasando en Osorno es manifestación de una conspiración política en contra de la Iglesia es, en mi opinión, completamente falsa.

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