Domingo 25 de octubre de 2015

Por Daniela Fontecilla y Marcelo San Martín

En el texto de hoy, Marcos presenta a Jesús que va subiendo a Jerusalén y pasa por Jericó. Lo acompañan una multitud de personas y sus discípulos. Cuando van caminando se encuentran con un ciego a orilla del camino. Jesús, una vez más, expresa su misericordia frente a los gritos de este hombre sufriente, que pide y reclama, compasión en un mundo que no logra oírlo ni mirarlo.

El relato centra la mirada en la persona de Jesús, el ciego Bartimeo, y quienes acompañaban a Jesús. Queremos profundizar en estos últimos, en la gente del pueblo y los discípulos más cercanos, que hoy en día pueden representarnos a nosotros.

Si miramos el camino recorrido, reconocemos que los discípulos vienen de un tiempo de tensión y crisis frente a sus propias expectativas de quién es Jesús versus lo que él mismo ha mostrado de su persona y proyecto. El Evangelio del domingo pasado nos narraba que, mientras algunos de ellos buscaban seguridades, poder y aprobación social en los primeros puestos, Jesús quiebra sus criterios, y los invita a ponerse en el último lugar, porque desde ahí se puede servir a todos. Jesús va revelando que el proyecto del Reino va a contra-corriente de aquello que la sociedad reconoce como exitoso: ser los primeros en la competencia versus ponerse en el último lugar, tener bienes y seguridad económica versus dar todo lo que se tiene, ser importante y “estar sentado a su derecha” versus hacerse pequeño y servidor de otros. Transforma, remueve y cuestiona todo aquello que nos da seguridad y comodidad. Tal vez muchos de los que lo seguían pensaban que el camino de Jesús iba hacia el fracaso. Y él lo confirma, anunciando que su camino sí lleva muerte, pero es una muerte que revela nueva vida, muerte que da paso a la resurrección.

Ahora, nuevamente los discípulos se encuentran con una situación que los invita a poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Aparece Bartimeo, un hombre que está a orilla de camino, que es ciego y mendigo, quien encarna tres formas de exclusión: la enfermedad, la pobreza y la marginación. ¿Qué hacen los discípulos? Ellos no lo ven, no lo atienden, algunos no lo escuchan e incluso otros lo hacen callar. Podríamos decir que siguen “ciegos” frente a los necesitados, centrados en sus esquemas, en sus miedos o ideales, sin poder ver.

¿Y a nosotros qué nos pasa? En el día a día también nos ocurre que como discípulos de Jesús no vemos a los que están al borde del camino, porque ya son “parte del escenario”, ese escenario social al cual estamos acostumbrados. Hay “Bartimeos” lavando vidrios en las esquinas de las calles, durmiendo en las plazas, en micros o en trenes pidiendo una moneda. Los vemos de la mano de un niño intentando subirse al metro cuando está repleto; los vemos en asilos sin que nadie los vaya a ver. Están los que no pueden andar siquiera en la calle, porque los hoyos, el transporte y los edificios no tienen espacio para sus ruedas y tiempos. Y esos “Bartimeos” que hablan distinto, que tienen otro color de piel, que tienen otras costumbres o culturas. O aquellos pequeños que hacen de su hogar las calles y de una institución su familia.

Nuestro escenario cotidiano, nuestra ciudad, muchas veces no nos ayuda a ver; las autopistas, túneles y segmentación, esconden la realidad. Los medios de comunicación nos saturan con la imagen de “Bartimeos” desprovistos de toda humanidad y dados los tiempos en televisión se las llevan con rapidez y olvidan. Podemos caer en la tentación de no mirarlos, de no conmovernos, de estar enceguecidos de la realidad y sus dolores.

¿Qué hacemos frente a este escenario? ¿Cómo quebramos nuestro adormecimiento? Para observar de verdad hay que detenerse. Parar y luego mirar. Tal como Jesús lo hizo en el relato deteniéndose y llamando al ciego, pidiendo que otros lo traigan. Es ahí cuando se rompe la escena y los discípulos toman conciencia. Cuando la mirada y atención de Jesús se pone en el ciego, los discípulos son capaces de “ver”, de re-conocerlo. Incluso podríamos decir que Jesús hace un primer milagro: quita la ceguera a los discípulos para que puedan ver a Bartimeo, puedan llamarlo, animarlo y abrir el camino hacia el encuentro con Jesús.

Luego Jesús tiene un gesto maravilloso con Bartimeo: le pregunta ¿Qué quieres que haga por ti? Jesús, como esencia de su pedagogía del amor, no anticipa la necesidad ni la causa del dolor, incluso cuando pueda ser esta muy evidente (el ciego quiere recuperar su vista). Jesús con esta pregunta aborda la individualidad y singularidad del hombre, reconociendo su historia y la cualidad de cada vivencia. Le pregunta e inicia el diálogo, cruzado de miradas y escucha atenta. Y en este conversar piensa al hombre, no sobre él, sino con él, reconociendo su ser y deseo. El ciego, excluido tres veces, es por primera vez re-conocido en su humanidad. Este milagro de amor permite al ciego ver y ser visto. Su mirada se cruza con la de Jesús, con la de sí mismo y con la de los demás.

En la vida de pareja esta forma de mirar, escuchar y hablar al estilo de Jesús es fundamental. Reconocemos el desafío de siempre abrirnos al otro como un “otro diferente”, a no caer en la asimilación común y rutinaria que quita espacio a la novedad. Abrir siempre caminos al diálogo acompañado de los gestos, no enceguecernos en nuestras verdades y seguridades, sino tener la mirada siempre abierta al regalo, a la sorpresa, a la vida que Jesús me puede revelar por medio del otro ser amado.

Nosotros, como discípulos de Jesús, estamos llamados a superar nuestras cegueras. A detenernos en la vida, para conectarnos con lo que sucede a nuestro alrededor, a dejar de acostumbrarnos a esos escenarios de relaciones distantes e individuales, y descubrir el regalo de la vida sencilla y sensible. Estamos invitados a dejar entrar a Dios a nuestro corazón, observando nuestras propias sombras y pre-juicios, aceptando nuestras fragilidades y limitaciones, para poder relacionarnos con mayor cariño y libertad con nuestra persona interior y con los demás.

Finalmente, el desafío está en levantar el velo, para mirar con empatía y profundo amor a nuestros hermanos y hermanas, en especial aquellos que sufren, reconociendo en ellos el verdadero rostro de Jesús. Y sin quedar indiferentes podemos levantar-nos y levantar-los, dejar nuestras antiguas vestiduras, y todas y todos juntos caminar hacia Jerusalén junto a Jesús.

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