Domingo 8 de noviembre de 2015

Por Beltrán Villegas ss.cc.

1 R 17,10-16; Hb 9,24-28; Mc 12,38-44

El episodio que nos narra Mc hoy día nos revela muy significativamente el espíritu de Jesús: la ostentación, la vanidad y la codicia de quienes se creen importantes por su saber o por la esplendidez de sus limosnas, le parecen vacías de todo valor y hasta ridículas; en cambio atrae su mirada, su simpatía y admiración la acción de una viuda pobre que hace una ofrenda insignificante.

«Jesús comenta la escena. Al revés de los ricos, que ofrendan mucho pero sólo dan una exigua parte de su hacienda, sin que disminuyan en lo más mínimo los medios necesarios para subsistir, la mujer, con solo echar una cantidad mínima, entrega toda su fortuna. El comentario de Jesús es fácil de entender. Jesús rechaza considerar el valor bruto del donativo material que se hace; tan sólo quiere ver su valor relativo, es decir, la importancia que el objeto o la suma entregados revisten para el donante, habida cuenta de sus recursos». (L. Monloubou).

Esta actitud no era desconocida en el A.T., como lo demuestra el texto sobre Elías y la viuda de Sarepta (1ª Lectura). También se encuentra el tema del posible gran valor de una pequeña ofrenda en la tradición budista y en algunos textos de la literatura clásica griega («El que de poco ofrece un don pequeño, no debe ser tenido en menos que quienes de mucho y grande, ofrecen mucho y abundante»: Jenofonte, Memorabilia,1.3,3). Y en el Talmud se narra la anécdota de un sacerdote que se había reído de la insignificancia de la ofrenda de una mujer pobre, y al que Dios le dijo en sueños: «No la desprecies, pues es como una que se ha ofrecido a sí misma».

Pero no hay duda que, en Jesús, la actitud reflejada en su palabra sobre la ofrenda de la viuda pobre, hunde sus raíces en la percepción que él tiene de lo que es lo que le da valor a la religiosidad. Para Jesús, el valor de la religiosidad depende de la conciencia que se tenga del carácter de «don gratuito» que tiene nuestra vida con todos sus bienes. El que de verdad se siente inmerecidamente amado y perdonado expresa su gratitud con mucha generosidad, mientras que quien es menos consciente de la maravilla de ser gratuitamente amado por Dios, no se siente tan movido a expresar su gratitud (cf. Lc 7, 36-47).

El centro de la reflexión de Jesús acentúa que la riqueza, que de suyo es un bien, a menudo se convierte en un obstáculo para que tomemos conciencia de la dimensión gratuita de la vida, ya que induce a ver toda la realidad con la lógica del mercado, del precio de la relación costo – beneficio. Es por eso que es una experiencia reconocida que los pobres dan con mucho más facilidad y generosidad que los ricos. El rico da de lo que le sobra, el pobre da de lo que tiene para vivir, y esto es lo que se destaca hoy para movernos, a los que poseemos más, a una actitud de mayor generosidad.

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