Por Mónica Manríquez Vidal
Dn 12,1-3; Hb 10,11-14.18; Mc 13,24-32
Podemos imaginar en este Evangelio, al Señor invitando a sus discípulos a estar atentos y vigilantes. En un tiempo de persecución, de caos, de desorientación, Jesús les anuncia que ya llega el día de esa gran venida donde el Reino de los cielos y su justicia dejarán de ser una promesa para convertirse en una realidad. Las señales pueden ser atemorizantes, agobiantes tal vez: “las estrellas caerán del cielo y los cielos temblarán” pero nada es superior al poder del mismo Dios que “llegará a nosotros entre nubes, con gran poder y gloria”.
La continuación de este anuncio de Jesús en su relato: “Enviará el Señor a sus ángeles para reunir a sus elegidos, desde los cuatro puntos cardinales”, nos lleva a pensar que la invitación a la plenitud del reino es para todos, sin distinción, sin exclusión de ningún tipo, “desde los cuatro puntos cardinales”, “de un extremo de la tierra a un extremo del cielo” si el mismo Dios nos invita a este reino pleno donde todos tenemos cabida, ¿quién podría entonces sentirse, indigno o marginado?
Imposible no traer esta palabra a nuestros días, donde muchas veces y de manera justificada “los signos de los tiempos actuales” nos agobian. Donde el desánimo y el desencanto han ido abrumadoramente ganando terreno, y sin embargo seguimos confiando en que esta promesa de Jesús se convierta en una realidad. Él mismo nos anima: es posible construir el reino entre nosotros, en igualdad y para todos. Mas aún, continua Jesús en su evangelio invitando a los discípulos a estar atentos y vigilantes, también a los pequeños signos, a aquellos que son casi imperceptibles pero que los cristianos no podemos desatender “aprendan del ejemplo de la higuera, cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sepan que está cerca la primavera”, no descuidemos estos pequeños signos, lo que no hace escándalo, ni noticia, pequeños signos de esperanzas: comunidades cristianas que celebran su fe contra viento y marea, jóvenes solidarios que se revelan ante una sociedad mediocre y sin sentido, gente honesta que participa en organizaciones políticas o comunitarias y que sigue creyendo que un país mejor es posible, curas alegres, comprometidos, y testimonio coherente de Jesús vivo y resucitado en medio nuestro, laicos entusiastas, convencidos y convincentes que han puesto su fe en Jesucristo, que animan la vida de la iglesia y de su entorno, en fin… tantos brotes de primavera, para CONTEMPLAR, para VIVIR inmensamente, para ANUNCIAR la presencia de Jesús vivo en medio nuestro. Parafraseando al profeta Isaías: algo nuevo está naciendo… afinemos la mirada, los sentidos, la mente y el corazón para darnos cuenta de ello.