Por Alex Vigueras Cherres ss.cc., Superior provincial
El Sínodo de la familia, que ha terminado recientemente, ha dado pasos importantes que hay que valorar.
En primer lugar, ha sido una experiencia de verdadera sinodalidad, de caminar juntos en búsqueda de la verdad. Ha sido posible expresarse con transparencia, sin miedos, asumiendo las diferencias, pero buscando avanzar juntos hacia una propuesta que tenga más sentido para la familia, tal cual ella se experimenta hoy. Se han dado pasos que ayudan a dejar atrás esa tendencia que a veces tenemos en la Iglesia de quedarnos solo en el ideal, no prestando atención a las familias reales.
En segundo lugar, se va dejando atrás ese modo tan taxativo de expresar la moral, que trata a las personas como niños incapaces de discernir. En esta perspectiva importan las claridades, señalarle a las personas lo que está bien y lo que está mal, no tomando en serio la complejidad de cada vida humana. Se le teme a los discernimientos personales. En este sentido es interesante la impresión de Javier Álvarez, superior general de nuestra Congregación que participó en el Sínodo: “Se ha dado un giro decisivo hacia un lenguaje que mira con ojos más benévolos a la realidad concreta. Todos aquellos que no se amoldan al llamado “modelo de familia cristiana basada en el sacramento del matrimonio’ ya no son tildados de egoístas, irresponsables, hijos de una cultura de la muerte; ahora se trata de comprender sus búsquedas, deseos y dificultades. Tímidamente, pero ¡al fin!, se confía en la acción de Dios en el corazón de las personas y se respetan las decisiones tomadas en el santuario de la conciencia. Ya no se dice ‘esto está permitido, esto está prohibido’, sino que se dejan las puertas abiertas a las vías del discernimiento, donde la mirada de la fe se funde con la sed del corazón humano y con sus luchas”.
Este Sínodo de la familia es un gran paso para la Iglesia, una contribución relevante para que ella pueda decir una palabra con sentido para el hombre y la mujer de hoy. Un paso de libertad que nos ayuda a sintonizar nuestra mirada con la mirada de Jesucristo.