Por Alex Vigueras Cherres ss.cc., Superior provincial
El 9 de diciembre recién pasado los auditores del Chacotero Sentimental quedaron impactados. En medio de las confesiones amorosas de Guillermo Reyes Rammsy (que se identificó como Alberto) le cuenta al Rumpy que participó en numerosas ejecuciones en los tiempos de la dictadura. En la época él era un “soldado raso que actuó obedeciendo órdenes”, dice intentando justificarse. Si no obedecía “o te mataban los milicos o te mataban los otros h… de allá”, agregó.
Lo que más llama la atención en su relato es la frialdad con la que cuenta las atrocidades de las que fue protagonista: “participaba de una misión especial y llevábamos varios de esos tipos a la pampa y les pegábamos un tiro en la cabeza…era mejor que la marihuana esa hueá…uno actuaba por maldad y después cachabas que te gustaba y te volvías loco”. Y agrega: “un tiro en la cabeza…dinamita…¡¡¡buuummmm!!! ¡No quedaba nada! Los dinamitábamos. No están, Están desintegrados…no quedaba nada”.
En el relato aparece de vez en cuando una cierta conciencia de estar cometiendo un delito. En efecto, después de las ejecuciones experimentaba la contradicción de ser tratado como héroe, cuando él tenía la claridad de que habían cometido un delito. De hecho lo asechaba y lo acompaña hasta ahora el remordimiento: “Es como una piedra en el zapato…ya lloré caleta…pasaba un helicóptero y me ponía a llorar…eso me trastorna…los malos recuerdos…tú soñai con los presos…te pena el muerto”. Por momentos aparece en su relato un tono de indignación, pues todo se hizo “a costa de los más torrantes”, de los soldados que no podían aponerse a las órdenes superiores. Guillermo ya intentó suicidarse. Sin embargo es más fuerte su conciencia de que todo fue por las circunstancias, no por maldad. Por eso dice: “No me merezco nada”, cuando el Rumpy le dice que merecería un castigo. Y agrega: “A los que desertaron los encontraron fusilados”.
Estas confesiones me llevan a dos reflexiones que me parecen relevantes. Lo primero es tomar en serio eso que Hannah Arendt llama “la banalidad del mal”. A veces pensamos que el mal procede de personas esencialmente malas. Arendt refuta este planteamiento diciendo que cualquier persona es capaz de cometer los actos más atroces puesto en determinadas circunstancias. Y por eso el mal es más peligroso, porque está más cerca de lo que imaginamos, porque es muy fácil realizar una acción mala. Nadie discutiría que Guillermo Reyes era un soldado común y corriente, sin embargo, en el contexto de la dictadura y obedeciendo órdenes se transformó en un asesino, un asesino en serie. El planteamiento de Arendt no le quita importancia al mal realizado, que manifiesta su horror en las víctimas, en el sufrimiento provocado. Arendt propone como defensa ante esta banalidad del mal la conciencia crítica. Solo una persona que tiene formada una conciencia crítica será capaz de resistir al mal, de denunciarlo a tiempo. Sin embargo es difícil pensar esta posibilidad en el caso de conscriptos que eran fusilados si desobedecían.
Lo segundo es reconocer a los conscriptos que participaron en estas atrocidades como victimarios y víctimas. Aquí no cabe la clasificación solo en la categoría de victimarios. Ellos son también víctimas a las que hay que atender y acoger como tales. Una experiencia así destruye una vida para siempre. Esto me parece relevante, pues tengo la impresión que estos soldados han sido olvidados. Una reparación verdadera supondrá, por un lado, que todos los soldados que participaron en violaciones a los derechos humanos digan lo que saben, reconozcan sus responsabilidades, ayudando a reconstruir la verdad que tanto necesitamos. Pero, por otro lado, deberán recibir el acompañamiento necesario, las compensaciones necesarias para que puedan sanarse y rehacer sus vidas.
La drástica división entre buenos y malos, víctimas y victimarios, culpables e inocentes ya no nos sirve. Si queremos pensar un país distinto hay que preocuparse de todos los que están heridos, quebrados y tomar en serio el hecho de que muchos victimarios han sido también víctimas.
Guillermo ahora está preso. Pero tal vez desde la prisión pueda mirar la vida con más paz y dignidad, porque ahora puede comenzar de nuevo desde la verdad: la verdad del dolor que provocó y del dolor que él mismo sufrió, pues también fueron violados sus derechos humanos.