Por Miguel Angel Concha ss.cc.
Jer 33, 14-16; 1ª Tes 3,12-4,2; Lc 21, 25-28.34-36
Agradezco que me haya tocado esta fiesta para comentar, me recuerda que por estos días cumplo 30 años de sacerdocio y mi primera misa fue el Domingo de ramos de 1986. Además me gusta que comencemos el año pastoral con Semana Santa, porque se recargan las pilas con Jesús que entrega su vida de la manera que lo hizo, me admira su libertad-liberadora, su espíritu de servicio y la comunión con su Padre.
El evangelista San Lucas nos narra la pasión de Jesús, como el camino que hará hacia Jerusalén el mesías siervo del Señor (Lc.22, 37), que será una “víctima inocente de una sentencia injusta”, en la cual, “no tendrá culpa ninguna y en quien se realizará el proyecto de salvación de Dios, dispuesto desde antiguo”. Quiero destacar en esta ocasión, el coraje que tuvo Jesús para enfrentar el trato injusto de las autoridades, la cobardía y miedos de los discípulos, la pasividad del pueblo y detrás de ellos el espíritu del mal que está al acecho en las debilidades humanas según lo destaca Lucas (Lc.11, 24-26). Además, lo poco que han entendido los discípulos después de los tres años de comunidad con Jesús. “¡Pero miren, la mano del que me va a entregar comparte la mesa conmigo!”; “y se produjo una fuerte discusión sobre quién de ellos debía ser considerado el más importante”; “yo he rogado por ti para que no pierdas tu fe” (Jesús a Pedro); “Ellos le dijeron: Señor, aquí hay dos espadas”; “oren para que puedan enfrentar la prueba”; “¡este estaba con él!”. A diferencia de Jesús que se mantiene firme y confiado en su Padre Dios: “¡Padre, si quieres, aparta de mí esta copa amarga, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya!”. Todos debiéramos quedar tiritones después de esta lectura, y sobre todo con muchas preguntas personales. Los personajes del relato son un reflejo de la vida humana de siempre y creo que nos reconocemos en los tiempos de hoy, tanto en nuestras sociedades modernas como en nuestra misma Iglesia. Después de leer la pasión, de escucharla y celebrarla en comunidades, ¿podremos renovarnos y fortalecer esas actitudes de “siervo sufriente de Jesús”, despegadas de todo poder, liberadas de todo orgullo y amando y sirviendo hasta el dolor por nuestros hermanos y hermanas sufrientes y por el mismo Dios? Tenemos un gran desafío “de por vida”, pero no estamos solos -gracias a Dios- porque el Señor nos acompaña y muchos hermanos en la fe. Así nos renovamos y renovamos nuestra Iglesia. Abrazos y una feliz Semana Santa.