Domingo 14 de agosto de 2016

Por Miguel Enrique Ramírez Leiva. Laico, profesor del Colegio SS.CC. Manquehue.

Jer 38,4-6.8-10; Heb 12,1-4; Lc 12,49-53

La primera lectura que escuchamos hoy no es un relato continuo. Se trata de versículos saltados del capítulo 38 del libro de Jeremías. Solamente yendo más allá de los versículos propuestos podemos entender de qué se trata: El profeta ha sido arrojado a un pozo porque ha dicho al pueblo la suerte que seguirán aquellos que no se entreguen a los caldeos y qué ocurrirá con quienes sí lo hagan. Los primeros morirán y los segundos salvarán sus vidas. Por decir la verdad, el profeta es arrojado a un pozo fangoso. Será Ebedmélec quien conseguirá con ayuda de treinta personas sacarlo de ese lugar, luego de interceder ante el rey en ejercicio. Jeremías es salvado de una muerte segura e injusta gracias a este eunuco de palacio, llamado Ebedmélec y ajeno al pueblo de Israel. Es un cusita, como se llamaba a los etíopes en esos tiempos. Esta parte del texto nos habla a los creyentes. Nos dice que pese a la adversidad hemos de confiar en la ayuda de Dios que llega por donde menos se espera.

El salmo 39 tampoco se nos ofrece completo. Solo algunos versículos de este. Con dos minutos más de lectura ante la asamblea, lo hubiéramos leído en su totalidad y entendido mejor que Dios no abandona y nos acompaña en medio de los problemas y dificultades de la vida. El versículo tres hace clara referencia a la situación de Jeremías: “Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso”. Un salmo no debiera seccionarse porque, entre otras cosas, pertenece al mundo de los relatos que hablan al alma humana, aunque la razón no lo entienda para nada. Ofrecerlo a medias es ahogar el hálito del Espíritu.

Es del todo lamentable que se ofrezcan las dos primeras lecturas dominicales fraccionadas. Explicaciones las hay sin duda. El asunto es que a nuestras celebraciones dominicales la mayoría de los asistentes no son expertos en Biblia, no saben de hermenéutica, de exegesis y ni siquiera tienen una cercanía diaria a la Palabra como para darle mayor contexto y comprensión a los relatos. Son pocos los laicos que se pueden dar el lujo -porque en verdad lo es- de tener un par de semestres de buena formación bíblica en alguna universidad competente.

Luego tenemos el inicio del capítulo 12 de la Carta a los hebreos en sus cuatro primeros versículos. Comienza la narración con un “Por tanto”, con lo cual hace referencia al párrafo anterior, que una vez más no está dentro de la lectura y donde se menciona a una serie de personajes del Antiguo Testamento que fueron testigos de la fe. Hombres que gracias a su confianza en Dios hicieron grandes cosas. Por eso el texto que nos compete habla de tener “en torno nuestro tan gran nube de testigos”. El pasaje nos llama a tener fijos los ojos en Jesús, “el que inicia y consuma la fe”. El breve párrafo señala que en esta carrera no hemos resistido todavía hasta llegar “a la sangre en vuestra lucha contra el pecado”. ¿Qué querrá decir esto? ¿Qué hemos de dar testimonio hasta morir cuando se trata de enfrentar el pecado? No lo sé… De seguro que al escribirse esta carta y ser leída en las comunidades se vivían momentos turbulentos para los primeros cristianos.

En cuanto al relato de Lucas, se aparta de las dos primeras lecturas y también de la tercera. Se trata de un lenguaje un tanto ajeno al tono y la mesura con que se escribe este evangelio. Al escuchar las primeras palabras podríamos pensar en un fuego más bien simbólico que lo va a purificar todo. Sin embargo, en los versículos siguientes se han puesto palabras muy duras en labios de Jesús y muy claras para decir que con él habrá discordias, desacuerdos y se pondrán los unos contra los otros. Algunos expertos insisten en que este es un texto que no corresponde a los dichos y hechos de Jesús y ha sido agregado posteriormente al evangelio original, cuando ya ha ocurrido la destrucción del Templo de Jerusalén y muchos judíos se han enemistado porque algunos querían continuar el nuevo estilo de vida propuesto por el Señor y otros israelitas lo rechazaban abiertamente.

En síntesis, este evangelio de hoy no es la mejor elección para la eucaristía dominical, sobre todo ante una asamblea que se adscribe al perfil anteriormente señalado. ¿Cómo vuelve a casa aquella persona que salió de ella rumbo al templo buscando precisamente palabras de paz, de armonía y se encuentra con textos poco pacíficos y de difícil continuidad? El evangelio dice hoy que Jesús vino a poner división. Tres de cuatro lecturas conllevan violencia y no se requiere mucha comprensión lectora para darse cuenta de ello… ¿Estaremos disponiendo los textos más adecuados para nuestras heterogéneas asambleas? ¿No necesitará la lectura de la Palabra de otra orientación? ¡Tres lecturas, y el evangelio, ¡¿al final?! El evangelio, la Buena Noticia que ha de dar esperanza, claridad, armonía para enfrentar la semana y la vida toda, debiera estar al centro de la historia que se nos regala en la liturgia de la Palabra.

Qué el Espíritu Santo asista a los clérigos para que preparen homilías que recojan del todo bien las lecturas de hoy y no hablen ellos de asuntos puramente anecdóticos como ocurre muchas veces ante la paciencia de los fieles.

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