Por Alex Vigueras Cherres ss.cc.
“Ese trato digno a los delincuentes, incluso a los asesinos, es signo de una sociedad que ha entendido que el progreso humano comienza cuando se presta especial atención y cuidado a los últimos”.
No cabe duda que la canonización de la madre Teresa de Calcuta es una buena noticia para toda la Iglesia y, me atrevo a decir, para el mundo.
Esta alegría tiene su raíz en el hecho de que vemos su apostolado tan cercano al Evangelio, a la manera como Jesús actuó y nos invita a actuar. Sobre todo en aquello que aparece como esencial: la vivencia práctica del amor gratuito de Dios que se ha manifestado en Jesús. El papa Francisco en la homilía de la canonización lo ha expresado así: “Nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión”.
En efecto, el amor hacia los más pobres es una especie de termómetro que nos permite medir cuán gratuito es el amor que nos mueve. Nadie pone en duda que el amor de Dios es hacia todos los seres humanos. En efecto, nadie puede ser dejado fuera a priori, nadie debe considerarse a sí mismo fuera de este amor a priori, pues la vida plena que Dios quiere para nosotros supone que esa vida pueda ser una realidad para todos (aunque no todos quieran aceptar este don). Por ello decimos que la plenitud definitiva está siempre más allá, en el Reino definitivo, aunque ya comienza a saborearse aquí en la historia.
En el cuidado que la madre Teresa brindó a los pobres de Calcuta se manifestó un gesto profético que cuestiona los cimientos de la religión y la sociedad. Su acción es significativa por cuanto es como si nos dijera: “Nada justifica que los pobres, enfermos, moribundos, sean abandonados en las calles, botados como basura”, “estos pobres de las calles, con sus heridas purulentas son hijos e hijas de Dios…en ellos vemos el rostro del Crucificado”, “estos pobres merecen el don de mi vida”.
Si bien es cierto, como lo dice el Papa, no se trata de un amor ideológico, no debemos perder de vista de que el amor del que nos habla el Evangelio es siempre un amor con consecuencias políticas, pues es un amor que busca cambiar las cosas para que no haya más moribundos en las calles, para que no existan más pobres. Don Hélder Cámara decía: “Si le doy de comer a un pobre me llaman ‘santo’, pero si pregunto por las causas de la pobreza me llaman ‘comunista’”.
El testimonio de Santa Teresa de Calcuta nos recuerda nuevamente que la manera como tratamos a los pobres es un termómetro de la calidad de la sociedad que somos. Cuanto más humanos seamos más atención y cuidado daremos a los pobres. Por eso, y desde el Evangelio, cuestionamos un desarrollo y un progreso que deja de lado a los pobres, que los sigue marginando y maltratando. Desde ahí se nos revela como un desarrollo deshumanizante.
Desde esta perspectiva no debiéramos escandalizarnos tanto cuando vemos cárceles europeas en que los presos viven bien: con espacios dignos, bien atendidos, con posibilidades de trabajar, en fin, tratados como seres humanos. Ese trato digno a los delincuentes, incluso a los asesinos, es signo de una sociedad que ha entendido que el progreso humano comienza cuando se presta especial atención y cuidado a los últimos.