Domingo 23 de octubre de 2016

Por Atilio Pizarro ss.cc.
“…el problema no es ser pecador pero si ser presumido…”
Pedro Casaldáliga

Sir 35, 12-18; 2 Tim 4, 6-8.16-18; Lc 18, 8-14

El evangelio según Lucas nos muestra una simple pero profunda parábola que está referida a personas que se sienten mejores que otros. Nos damos cuenta que Jesús y sus discípulos tienen presente esta realidad que se fue dando desde el comienzo de la predicación de Jesús. Vemos que el templo reúne a personas muy distintas pero que van con el mismo objetivo: querer acercarse a Dios. Jesús nos muestra el ejemplo de dos personas que se encuentran ahí. Por un lado está un fariseo que se siente justo delante de Dios y da gracias por ciertas características de su persona. Por ejemplo, él da gracias por ser diferente al resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, como tal recaudador de impuestos. Por otro lado vemos a un recaudador de impuestos que tiene características diferentes al fariseo y su oración es tímida, sin alzar los ojos, pidiendo la piedad para este pobre pecador.

Este evangelio nos puede ayudar mucho a entender nuestra propia manera de ver nuestra fe y seguimiento a Jesús, y también nos podemos preguntar con cuál de los dos personajes nos identificamos. Vemos que uno se jacta de su impecable camino de fe y de vida, a comparación del resto (con palabras de hoy, que es un hombre bueno, cumple y mantiene sus sacramentos al día, va a misa y por último es mejor que muchos otros cristianos, ya que siempre está al día con todo), en el fondo, un cristiano ejemplar. Por el otro lado, vemos a este recaudador de impuesto comenzar con una frase tan simple pero tan profunda a la vez: “Oh Dios ten piedad de este pecador”

La diferencia entre estos dos hombres radica en que uno sí reconoce su fragilidad como pecador incapaz de mirar a Dios, es decir, él nos enseña que uno siempre tiene que estar reconociendo sus faltas, que aunque uno quiera hacerlo todo bien siempre hay algo que hace que nos equivoquemos y nos impulsa a siempre estar abierto a la misericordia de Dios. Como dice monseñor Casaldáliga: “…el problema no es ser pecador pero si ser presumido…” y es esto último lo que caracteriza a nuestro amigo Fariseo: él presume una cierta santidad delante de Dios a través de comparaciones con sus pares. Por lo mismo el salmista nos recuerda la importancia de pedir a Dios pero no con una actitud de arrogancia, sino con un corazón humilde y así poder estar atento a lo que nuestro Dios nos va mostrando.

Estamos invitados a acercarnos cada día más a la oración con Dios, a ese intercambio entre él y yo que nos lleva a una comunicación mayor con todos en comunión con nuestra Iglesia. Como dice el obispo Pedro el problema no es ser pecador, porque eso está incorporado en nosotros, pero si es problema el sentirnos mejor que otros, el sentir esa cierta superioridad con todos, en especial, con nuestros hermanos excluidos de la sociedad y, por qué no decirlo, también de nuestras propias estructuras eclesiales que marginan a tantos hermanos divorciados, gays, madres solteras, etc. Tenemos que cada día ir aprendiendo a abrir nuestro corazón a Dios con esa mirada de pecador, de humillado porque así podremos comprender y entender a tanta gente que se siente excluida y no comprendida por nosotros cristianos católicos. No nos olvidemos que nuestro Dios nunca se olvida de la escucha, las súplicas del oprimido, de las suplicas del huérfano o de la viuda que repite sus quejas… porque el reclamo del pobre atraviesa las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa. ( Eclo 16-21a)

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