Por Alex Vigueras ss.cc.

Cada vez que escucho la noticia de un nuevo femicidio me da rabia y vergüenza. Rabia por no comprender cómo es posible que no se haya podido evitar (son como “crónicas de una muerte anunciada”) y vergüenza por esa brutalidad de la cual a veces se reviste lo masculino.

Y ahí pienso: ¡si yo, que soy hombre, siento esa rabia e indignación, qué les pasará a las mujeres!

Los femicidios, que en Chile se acercan a los 40 solo en este año, son el síntoma de una sociedad enferma. Una sociedad que no hemos podido transformar. Una sociedad enferma de machismo.

Lo que nos toca, como hombres, no es intentar equilibrar los puntos de vista, suavizar la indignación, jugar al empate. Aquí no hay empate posible porque los que estamos matando somos nosotros y ellas las víctimas. Las cifras evidencian una desproporción abismante.

Lo que como varones nos toca es reconocer que en esta sociedad chilena el ser mujer todavía está asociado a situaciones de riesgo, a miedos e inseguridades, a condiciones de vulnerabilidad. Uno de los carteles de la marcha de este miércoles decía: “De camino a mi casa quiero ser libre, no valiente”.

Nos toca ser lúcidos para descubrir cómo nos hacemos cómplices de un sistema machista que, a veces, de manera muy sutil humilla, avergüenza, amenaza. Nos toca hacer un esfuerzo gigante para intentar sentir como ellas, mirar como ellas, indignarnos como ellas para gritar a los cuatro vientos: “¡Ni una menos!”

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