Fiesta de Cristo Rey

Por Beltrán Villegas ss.cc.

2 Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20, Lc 23, 35-43

El año litúrgico culmina en los tres ciclos con la celebración de esta «Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo». Es la oportunidad para subrayar que ser cristiano no consiste en la adhesión al cristianismo ni a la doctrina cristiana ni a las prácticas cristianas, sino la adhesión a la persona histórica de Jesús de Nazaret, acogiéndolo como «Señor»: es decir, como única raíz de sentido de nuestra vida, como clave que nos permite comprender el verdadero valor de toda la historia humana y de toda la realidad. Ser cristiano es reconocer que en la persona de Jesús lo encontramos todo: no solo el modelo y el estímulo de una manera nueva de vivir, entusiasmante, libre y creativa, sino que en él encontramos ante todo a Dios.

Y es que Jesús no solo vivió para sí mismo, sino que toda su persona con su actuación estuvo centrada en Aquel a quien él llamaba «Abbá» (Papá), en hacer presente su reinado de amor y de perdón sanador, y en darles vigencia a su voluntad y a sus criterios. Y por eso, ser cristiano es decirle a Jesús: «Tu Dios será mi Dios». Ser cristiano es aceptar que cualquier imagen o idea de Dios que pudiéramos tener proveniente de otra fuente, tiene que dejarse corregir o transformar a partir de lo que se nos revela en las actitudes de Jesús y en sus plegarias a ese «Abbá». Es esto lo que nos dice San Pablo cuando escribe que Cristo es «la imagen en la que se nos hace visible el Dios invisible».

Hay muchos caminos que permiten llegar a afirmar que existe un Dios, pero es en Jesús donde llegamos a conocer cómo es realmente ese Dios. Jesús nos dice: «Nadie puede llegar al Padre sino a través de mí», «Quien me ve a mí ve al Padre».

Para nosotros, Cristo es la llave de bóveda en nuestra existencia. Pero es también la llave de bóveda de toda acción creadora y salvadora de Dios. Toda la plenitud definitiva que constituye la meta de la historia humana, eso que el Apocalipsis nos describe con la imagen de la Jerusalén celestial: todo eso ya está presente en Cristo resucitado, en su Cuerpo glorioso. Pero este Señor y Rey del Universo es el mismo Jesús de Nazaret que fue rechazado y crucificado. Y la fe cristiana consiste en juntar estos dos polos: que Jesús es el Señor glorioso que «ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18) y que este Rey del Universo es el mismo Jesús de Nazaret, el Crucificado. En la Eucaristía se nos entrega el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado, pero en un pan partido que evoca su cuerpo despedazado y en un vino que evoca su sangre derramada.

La fe de los cristianos se expresa gráficamente en la actitud del que llamamos «buen ladrón», que reconoció como Rey a Jesús crucificado. Es conociendo cada vez mejor a Jesús de Nazaret, tal como nos lo presentan los evangelios en su existencia histórica, como se enriquece y se hace significativa nuestra fe en el Resucitado que sigue invisiblemente presente con su Iglesia y con sus discípulos «hasta que concluya la historia humana» (Mt 28,20). Saber que Jesús tuvo hambre, sueño, miedo y angustia es indispensable para que nuestra fe en el resucitado sea realista y no una especie de mitología alienante.

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