Por René Cabezón ss.cc.
Is 11,1-10; Rom 15,4-9; Mt 3,1-12
El segundo domingo de adviento nos presenta, como todo los años, a Juan Bautista, figura bisagra entre el “primer y segundo testamento” que nos vincula con Jesús y nos mueve a la conversión.
Por otra parte, sabemos que ser discípulos de Jesús implica una conversión sincera tanto para quien da la noticia como para quien la recibe. ¡Un cambio de vida de verdad, para todos!
Creemos que la coherencia de Juan Bautista remueve y lleva a Jesús a que se deje bautizar por su primo, y tocar por el Espíritu de su Padre-Abba, Dios.
A diferencia de la coherencia que mueve a admiración de Jesús por Juan, el “doble discurso” -diríamos hoy- de los fariseos y saduceos, molesta y llena de indignación Jesús con los que “predicaban y no practicaban”. Les llega a decir: ¡Son una raza de víboras! (Mt. 3,7). Así, este hombre de mala apariencia (4,4), anuncia la cercanía del Reino de Dios.
Esta conversión tiene un desafío para todo profeta; no solo por el contenido sino por la forma. Y Juan, por amor y fidelidad a Dios, se va a predicar a la Galilea, a la periferia… y lo hace desde “abajo”, desde la austeridad incómoda e interpelante.
Este llamado es para todo cristiano y creyente. Dejarse interpelar (descolocar) por la voluntad de Dios. ¿Es posible hacer eso? O nos llenamos de justificaciones. Decimos: Lo que pasa es que soy sacerdote-religioso con muchas responsabilidades, tengo mucho trabajo, tengo hijos, estoy estudiando, después me comprometo de verdad, etc.
Un ejemplo de la Iglesia universal. ¿Qué más amplio y compleja? Los obispos de América Latina, en el documento de Aparecida (Nº 365-370): Nos llamaron a la “Conversión Pastoral”. Y el Cardenal Jorge Bergoglio ayudó a redactar ese documento. Y ahora con la responsabilidad y ministerio petrino, a dicho manos a la obra.
Él predica con su testimonio de vida. Visitando en cada “salida” y viaje a los más “desechables” de nuestra sociedad globalizada: a los enfermos, ancianos, los sin techo, migrantes, encarcelados, y adictos. Nos ha interpelado como familia (Amoris Laetitia), como iglesia (Evangelii Gaudium), y para que cuidemos la creación entera (Laudato si).
El Papa nos está invitando a que seamos “una voz que grita en el desierto” (Mt, 3,3), para proclamar y defender la dignidad y la vida de toda persona, desde el inicio de la vida hasta el fin de ella. Le dijo a los jóvenes en Brasil que “hagan lío”; eso supone arriesgarse, anunciar y denunciar, pero con la propia vida, convirtiéndose primero uno y desde allí animar e interpelar a los demás.
Solo si entramos, cada uno en un movimiento personal o comunitario (familia, grupos, organizaciones,…) haremos que este tiempo de adviento-litúrgico sea pre-anuncio un adviento lleno de verdadera esperanza, con ese fuego-coraje que viene dado por el Espíritu Santo (3, 11). Roguemos para que se nos regale en esta navidad más que muchas cosas materiales, el deseo de conversión y entrega amorosa y desinteresada a los demás, al modo de Jesús, de esta manera ayudamos humildemente a que se “acerca el Reino de Dios” a toda la humanidad.