Eduardo Pérez-Cotapos L. ss.cc.
Is 52,7-10; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18
La navidad nos sitúa frente al desconcertante regalo de Dios: el salvador del mundo, el Mesías esperado se hace presente en un niño pobre, que nace en un hospedaje ocasional, de paso, lejos de su hogar. El Señor de la historia se nos aproxima en un débil niño, adorado por humildes pastores, que han sido dóciles al anuncio de los ángeles.
Las lecturas de la eucaristía de medianoche son un canto de gozo frente a esta manifestación del poder salvador de Dios en la humildad del niño de Belén. Manifestación que echa por tierra los poderes humanos. «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» … «Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo» … «Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego» canta el profetas Isaías (9,1-6). Nos ha nacido un niño que es más fuerte que todos los poderosos, capaz de «sostener el derecho y la justicia desde ahora y para siempre»
La Navidad es el tiempo de renovar la esperanza, de fortalecer el corazón para que reasuma con entusiasmo el trabajo por un mundo nuevo. Pero al mismo tiempo es la ocasión para reenfocar nuestra esperanza. El niño de Belén no es simplemente el resultado de los esfuerzos y compromisos humanos, sino el hijo de una «madre virgen»; un regalo inesperado de Dios. El cambio no provendrá de la acumulación de poder en un individuo o grupo humano, sino de la fragilidad de un niño. La vida nueva de Dios siempre surge en pequeños signos; en señales discretas, pequeñas, humildes, que solo saben reconocer los pobres capaces de escuchar el anuncio de Dios por medio de sus ángeles.
Navidad es el tiempo de reconocer los signos de la presencia nueva de Dios en medio nuestro. Y también es, de un modo muy especial, el tiempo para acoger a quienes como María y José andan en búsqueda de un albergue donde dar la luz a su hijo. Es tiempo para aprender a ser capaces de acoger, cuidar, valorar, respetar la nueva vida que está naciendo entre los más desamparados de la tierra. Aunque nos cueste creerlo con la razón, en estas semillas de vida nueva está lo más esperanzador de nuestro mundo. La esperanza está ligada al reconocimiento del valor de un niño pobre, envuelto en humildes pañales y recostado en una desvencijada pesebrera. La esperanza está ligada a creer en el testimonio de unos sencillos, incultos y mal vistos pastores que afirman haber recibido una revelación de ángeles. Con ellos debemos acudir al pesebre para postrarnos ante el recién nacido y con ellos escuchar el canto celestial «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!»
¡Muy feliz navidad para todos y todas!