Un año más, ¿qué más da?

Por Alex Vigueras ss.cc.
Superior provincial

Esta frase de la conocida cumbia que escuchamos en el año nuevo, podría reflejar una cierta indiferencia frente al año que comienza. Es como decir: “es un año como los demás”, “pasa, como los demás”. Una actitud semejante encontramos en el libro del Eclesiastés, en el que aparece una actitud como desencantada de la vida y del tiempo: “Vanidad de vanidades, todo vanidad… Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol” (Ecl 1,2.9). La vida, o no tiene un sentido o tiene un sentido que nos es imposible desentrañar; no tiene sorpresas, es siempre repetición de lo mismo. De lo que se trata es de mantener alguna esperanza en que algo bueno puede ocurrirnos si nuestras vidas se cruzan con la gracia de Dios. Pero eso para el autor del Eclesiastés, solo se da fortuitamente.

En nuestra experiencia de vida moderna corremos el riesgo de que el tiempo pierda su fuerza cualitativa, transformándose en simple cronos y dejando de ser kairós. Cronos es el tiempo que mide el reloj, subdividido en horas, minutos y segundos; kairós, en cambio, es el tiempo que mide el corazón. ¡Qué distinta es una hora en el trabajo a una hora de vacaciones! ¡Qué distinto es el tiempo laboral comparado con el tiempo que pasan juntos los enamorados! El kairós es, desde la fe, el tiempo propicio para acoger a Dios presente en nuestras vidas concretas y en la historia del mundo.

Desde la experiencia de la fe un año más es un inmenso regalo: el regalo de la vida. A menudo tendemos a pensar que la vida es algo que poseemos con seguridad, algo permanente. Sin embargo, si nos detenemos a pensar nos daremos cuenta que ella es un regalo, que estar vivos es un verdadero milagro. La vida es frágil, pero creemos que es una fragilidad que reposa en las manos de Dios. La vida es una realidad amenazada. Quienes manejamos en Santiago, por ejemplo, sabemos lo fácil que es ser víctima de un accidente grave. Vivir esa vulnerabilidad cotidiana con serenidad es un acto de coraje. Y el correlato de esa vida recibida de regalo es una vida permanentemente agradecida.

Un año más es la posibilidad de conversión, de cambio. Conversión que comienza abriendo la puerta a la gracia de Dios en nuestras vidas, gracia que es, en definitiva, su amor gratuito. Soy amado a pesar de todo: ¡he ahí el sentido esencial de la vida! Pero es un amor que quiere tocar el corazón y transformarlo para que llegue a ser también un corazón amante. Muchas veces nuestra vida se vuelve quejumbrosa: “¡mi vida es tan difícil!”, “¡los demás son tan complicados!”, “me falta la plata para hacer lo que quiero”, “esta enfermedad me robó la felicidad”, “el mundo está tan malo”, etc.; y nos convencemos de que nuestra felicidad depende de que muchas cosas cambien a nuestro alrededor. El siquiatra Víktor Frankl descubrió, trabajando con los presos en los campos de concentración de los nazistas, que la felicidad es posible para toda persona humana, ¡aun para que está a punto de ser exterminada! La tarea es encontrar un motivo trascendente para vivir, un sentido a esa vida concreta que a cada uno le toca. Encontrar este sentido era la diferencia entre la vida y la muerte, o entre la muerte desesperada y la muerte enfrentada con dignidad (es la tesis que presenta en su libro: El hombre en busca de sentido, escrito en 1946).

Encontrar un sentido trascendente, un sentido que vaya más allá de mí mismo, ¡esa es la gran tarea! La palabra y las acciones de Jesús, contenidas en los evangelios, pueden ser una buena brújula para encontrar este sentido. A los discípulos que estaban angustiados por lo que iban a comer a vestir y a beber les dice: “Busquen el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33). A los que son salvados en el juicio final les explica: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…” (Mt 25,35). En el momento de despedida resume toda su enseñanza en el mandamiento más importante: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. ¿Cómo aterrizo esa orientación del evangelio a mi vida concreta, aquí y ahora?

Convertirse significa abrirse a la sorpresa de Dios. Porque él es Dios puede sorprendernos siempre: quebrar la cuadratura de nuestras calculadoras, escaparse de los pronósticos de los adivinos, hacer estallar los horóscopos y las predicciones del mercado.

De este modo, el lugar de decir “qué más da” frente al año que comienza, somos invitados a exclamar: “Un año más, ¡aleluya! (que traducido significa: Alaben al Señor)”.

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