Mi viaje a Roma (I)

Sergio Silva ya trabaja en Roma. Y nos manda estas líneas que nos relatan su periplo de llegada y el inicio de su trabajo. !Disfruten la lectura! 

Yo debí partir a Roma en el vuelo AF 401 de Air France el miércoles 1° de marzo a las 14.25. Me llevó al aeropuerto el excelente y muy servicial amigo Cristián Johansson, colega de la Facultad, que también decidió dejarla este 31 de diciembre recién pasado. Llegamos 5 minutos antes de las 3 horas que piden que uno llegue. Luego de una hora y cuarto de cola llegué al mesón (que ahora llaman, muy castizamente “counter”), entregué la gran maleta que me regalaron en la Facultad al despedirme y me quedé con una maleta pequeña, regalo del Celam al terminar mi servicio ahí el 2015, y con mi mochila grande. Hasta ahí me acompañó Cristián. Pasé con relativa rapidez la policía internacional y me fui a la sala de embarque, donde ya había algunas personas y estaba puesto el anuncio de la salida de nuestro avión. La hora del embarque estaba prevista para las 13.30. Poco antes fui al baño. Al volver, ya muy cerca de la hora, veo que se abren las puertas y toda la gente sale como si fuera a subir al avión, pero sin control de los pasajes y bastante “apelotonada”. Le pregunto a la persona que va a mi lado –una joven que va a Málaga por unos meses como parte de su preparación de un doctorado en matemáticas que está haciendo en la Universidad de Santiago- qué ocurre y me cuenta que (al parecer mientras yo estaba en el baño) han avisado que el avión no parte hoy porque necesita mantención y que se nos dirá más adelante a qué hora de qué día va a partir. Aquí empezaron 5 horas de colas. Los 381 pasajeros del avión llegamos de golpe a policía internacional: ya habíamos salido del país, teníamos que volver a entrar; luego tuvimos que esperar que bajaran nuestras maletas del avión (¡primera vez que viajo con maleta en la bodega!) y que pasaran ante nuestros ojos; de ahí a un lentísimo mesón de Air France, donde nos daban un vale (o “voucher”, como se dice más castizamente hoy) sea para transporte, sea para hotel y transporte, donde se produjeron algunos altercados con los que se “colaban” en la cola, bastante mal organizada, hasta que un señor furioso e indignado logró que funcionarios de Air France pusieran orden, para gran rabia de los que, inocentemente, se habían puesto detrás de algún colado y se veían ya cerca de la meta. Una vez conseguido el vale había que salir a tomar el “transfer” de la empresa Delfos, que parecía la última y definitiva espera; pero no. Un señor de Delfos, al ver mi vale de Air France, me dijo que saliera directamente a tomar el transfer, cuando hubiera uno disponible, y le creí. Estuve cerca de media hora, sin que pasara ninguno, porque uno que pasó iba vacío y no se detuvo. De pronto alguien, que me reconoció como pasajero del Air France, y que estaba también en esta cola, me dijo que parece que primero hay que ir a Delfos a cambiar el vale de Air France por un boleto de la empresa en regla. Volvimos a entrar y así era: nueva larga cola; y volvimos a salir, con el pasaje en regla, y otra vez cola, esta vez un poco más breve, porque parece que la empresa llamó a todos sus móviles para cubrir esta emergencia. A las 6 y media estaba de nuevo en la casa provincial, donde me recibieron sin demasiada sorpresa y me volví a instalar en la pieza que había ocupado desde el término de mis vacaciones oficiales. Al llegar, ya había recado de Air France: el avión sale al día siguiente, a las 5 de la tarde (con una sigla ligeramente diferente: AF 401A, porque a las 14.25 salía el normal, AF 401). Hice de inmediato el nuevo check-in y llamé a Delfos para asegurarme que me venían a buscar y saber a qué hora, lo que al día siguiente funcionó muy bien. Tan bien, que cuando llegué al aeropuerto el jueves 2, fui uno de los primeros en entregar mi maleta, casi sin espera. El resto del viaje fue sin contratiempos, salvo las aburridas casi 4 horas en el aeropuerto Charles de Gaulle en París esperando la combinación a Roma, donde me esperaba nada menos que Javier Álvarez-Ossorio. A las 6 de la tarde estaba en la Casa General, instalándome.

Antes de seguir con la historia, vuelvo atrás. La lata de las muchas y largas colas de pie, que me hacían doler mi pobre espalda, se vio más que compensada por las hermosas conversas con las diferentes personas que fueron mis vecinas durante la espera. No sé si es porque me ven viejo y quizá no tan gruñón, pero lo cierto es que varias de estas personas se fueron abriendo y conversamos de sus vidas. En orden cronológico: la muchacha que se doctora en matemáticas me contó de su actual estado de dificultad ante la fe, luego de haber sido católica practicante, y de la inmensa fe de su abuelita; su dificultad venía de varias experiencias de sufrimiento, de ella y de personas cercanas, que la tenían en rebeldía con Dios. Al día siguiente nos vimos un momento en la sala de espera y me dijo que había hablado por teléfono con su abuelita y que le había contado la conversación conmigo. En la cola del mesón de Air France los ánimos estaban más bien caldeados por la situación un poco frustrante de no poder partir y del desorden que se había producido, de modo que no pasó nada interesante. Afuera, en la primera espera del transfer, quedé al lado de una señora de unos 30 y algo, con un niño de 2 años en coche; supe que era judía chilena, casada con judío argentino, y por ahí entramos en amistad, porque ambos habíamos conocido y apreciado mucho al rabino Esteban Veghazi. Finalmente, en el transfer, quedé al lado de una joven de unos 30 o poco menos, que resultó ser francesa pero de padres marroquíes, musulmana practicante, que había estado 4 años trabajando en Chile en dos empresas comerciales francesas y ahora partía a Grecia a colaborar en una fundación que acoge a refugiados del mundo árabe, sobre todo actualmente de Siria. Fueron conversas muy hermosas.

Vuelvo ahora al hilo. Llegué a Roma el viernes a las 6 de la tarde. En el viaje a la casa, el general me dice que a las 7 se celebra en la casa general de las hermanas SS.CC. los 50 años de profesión religiosa de Beatriz Montaner, una chilena que trabaja de secretaria general de la congregación de las hermanas; y me deja en libertad de ir o no ir. Opté por ir, pero nos fuimos pensando en llegar después de la misa, solo al festejo “mundano”. De hecho fue mundano, porque la Beatriz decidió no cargar a nadie con la preparación de una comida y nos invitó a comer una pizza a un restorán muy cerca de la casa de ellas, casi en el borde de la Plaza de San Pedro. Y fue una espléndida decisión, porque es de esos restoranes italianos de barrio, que se llenan con familias completas y dan una muy buena comida a un precio realmente bajo. Esa noche dormí bastante bien y el sábado la comunidad de la casa general tenía retiro de cuaresma, al que también me incorporé. O sea, todo empezó de manera poco “normal”, pero bastante intensa. El domingo, después del almuerzo, salimos a recorrer un poco Roma con Alberto Toutin, muy buen guía, y bajo un hermoso cielo azul surcado de gordas nubes blancas. El lunes empecé el trabajo, que hoy miércoles ha tenido un hito decisivo: hemos ido con el postulador general, que es mi jefe directo en la tarea que debo hacer, a conversar en la Congregación de las causas de los santos del Vaticano con un sacerdote carmelita polaco que es el “Relator” de la causa de Esteban Gumucio, es decir, el funcionario de esa congregación que es el responsable último del proceso de Esteban. Y fue una muy buena entrevista, porque es un hombre que no llega a los 50, teólogo (entre colegas nos entendemos rápidamente), acogedor y eficiente. El resultado es que ahora sé con bastante precisión a qué he venido. Pero basta de cháchara por ahora.

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