Por Alex Vigueras Cherres ss.cc.
Superior Provincial
«Pero a Nabila también le han arrancado unos ojos más profundos: aquellos que pueden mirar la propia dignidad, aquellos que son capaces de denunciar el mal y buscar justicia».
Y como si no hubiese sido suficiente haberla insultado, agarrado a combos y haberla golpeado reiteradamente con una piedra en la cabeza, le arrancó los ojos. En efecto, metió sus dedos pulgares en ambas cavidades hasta sacárselos. Nabila ya estaba inconsciente, por lo cual, solo cuando volvió en sí se dio cuenta de que no tenía sus ojos.
Según mi opinión, este hecho de haberle arrancado los ojos es lo que más lleva a sospechar de que el victimario fue su pareja. Un asaltante no arranca los ojos, tampoco un violador. Un extraño no arrancaría los ojos. La acción criminal de arrancarle los ojos estaba dirigida contra ella. Es un gesto lleno de rabia, de deseo de causar daño.
Pero a Nabila también le han arrancado unos ojos más profundos: aquellos que pueden mirar la propia dignidad, aquellos que son capaces de denunciar el mal y buscar justicia. En ella vemos de la manera más cruda cómo el maltrato hacia la mujer puede llegar a anularla por completo, a generar una dependencia y miedo tal que la llevan a defender a su agresor.
En Nabila vemos a una víctima, no solo de una agresión que casi le causa la muerte, sino también de un sistema en que parece naturalizarse la violencia contra la mujer.
Nabila no podrá ver más la luz ni los colores, ni los bosques y ríos del sur. Pero somos muchos los que no perdemos la esperanza de que vuelva a mirar su propia dignidad y se atreva a denunciar a su agresor, sin miedo. Sería un maravilloso gesto de liberación.