Cuando Aurora escuchó por la radio la declaración de Nabila respiró hondo. Sintió alegría y la agradable sensación de una paz serena.
Temía que Nabila, con su testimonio, siguiera intentando exculpar a su pareja que la había agredido.
Ahora había dicho la verdad: la verdad terrible, la verdad cruel, la estremecedora verdad.
Pensó en Nabila, le dieron ganas de abrazarla, acurrucarla en su regazo, hacerla sentir esa solidaridad de la mujer con la mujer.
Y así, susurrando en voz bajita imaginaba que le decía: “Gracias, gracias, gracias… Nos haces sentir más fuertes que nunca… maravillosamente dignas”.