Mario Soto Medel ss.cc.
Ez 37,12-14; Rom 8,8-11; Jn 11,1-45
Hermanos y hermanas: ¿Cómo vemos la realidad que vivimos? ¿Vamos por buen camino? ¿Es cosa de ser gente responsable y bien intencionada?. Pareciera que no. Más bien estamos atrapados en un individualismo consumista muy grande. Tenemos la ilusión de un país cercano al desarrollo. A pesar de que la economía no logra obtener tasas de crecimiento, pensamos que el país va a repuntar. El mundo de bienestar nos tiene atrapados en el culto al dios dinero, en efectivo, en tarjetas de Redbanc, en cuentas RUT, en tarjetas de crédito. Todo parece estar a la mano, es solo llamar por teléfono, consultar internet, usar WhatsApp, y ya estamos cubriendo nuestras necesidades materiales y de comunicación. Creemos que usando estos medios se nos acaba el miedo, la ansiedad.
La palabra del Señor de estos domingos de cuaresma está mostrando otra realidad muy distinta. Nos lleva al camino donde lo monetario no es definitorio y menos lo central. Lo que realmente importa se da en el camino, con mucha o poca plata. Se da en el encuentro y diálogo honesto con quienes me relaciono. Jesús va de camino con nosotros, se relaciona con nosotros, entabla un diálogo de verdad, de modo directo como lo hace con la mujer samaritana, o las hermanas de Lázaro y sus discípulos. También lo hace a través de las personas que me rodean, cada persona es el rostro de Cristo, más aún si pasa necesidad o yo soy el que necesita ayuda. Dios está siempre con nosotros. Debemos adquirir la sensibilidad para darnos cuenta de esa presencia, no solo en las personas sino la creación toda, en el clima, la tierra, las plantas, los animales, el agua. Todo el tiempo Dios presente comunicándose; llevándonos a una sensibilidad nueva de respeto y fraternidad. Como contrapunto nos invaden los medios que nos estimulan a la compra y venta, al consumo, al satisfacer esas necesidades materiales como si fuera lo que me aporta la felicidad verdadera.
Jesús es la persona verdadera, plena que se acoge a si mismo, que está abierto a sus necesidades. Camina y se cansa, sufre persecución y debe escabullirse, tiene pena por su amigo enfermo y estalla en llanto, tiene amigos que lo quieren y le reprochan su ausencia, tiene hambre y tiene sed. Son pocas las veces que vemos a Jesús con pena (Jn 11,33) o angustiado (Lc 22,43). Todo lo nuestro lo vivió Jesús y nos enseña a asumir nuestra propia humanidad. ¿Cuántas veces tapamos nuestros sentimientos? Jesús nos invita a conectarnos y si lo sentimos “estallar” en llanto.
Pero Jesús tiene raíces profundas, igual que nosotros. La raíz profunda de la vida está en el dador de la vida, en el padre Dios. Él tiene una misión: mostrarnos la vida verdadera, despertar en nosotros la sensibilidad de reconocer su presencia todo el tiempo.
Jesús vuelve a visitar a su amigo Lázaro muerto, vuelve para acompañar a sus hermanas Marta y María, a pesar que lo quieren tomar preso para matarlo. Pero viene a algo más viene a mostrar que él es el Señor de la vida, de la vida verdadera que podemos vivir hoy día, que va más allá de la muerte física. No es solo cubrir las necesidades de todos los días. Se trata de vivir en diálogo con Dios, enraizado en el amor del Padre, en comunión con las personas y la creación. Jesús en la resurrección de Lázaro, hace lo que hará el Padre con él al tercer día después de su muerte.
Jesús es la vida verdadera y plena que todos queremos, es lo material atravesado por la caridad, la amistad, el compartirlo todo incluso los bienes, es preferir menos bienestar material y más amistad y cariño.
Es interesante un detalle. Jesús resucita a Lázaro, él sale de la tumba lleno de amarras. Jesús pide a la comunidad allí presente que lo desaten. La vida verdadera a de Jesús no es individualista, es en comunidad. Estamos llamados a ayudarnos unos a otros a vivir la vida al modo de Jesús, entre todos construyendo su reino.