Por Sussy Atalah, Vicerrectora de formación Colegio SS.CC. Valparaíso-Viña del Mar
Hch 10,14.37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9
Jesús ha resucitado, aleluya, aleluya
María Magdalena va al sepulcro, como cualquiera de nosotros va a visitar a sus muertos, la muerte ha vencido. Cuál sería su sorpresa al encontrar el sepulcro abierto, rápidamente corre a avisarles a los discípulos, quizás pensando en un robo, pero también con una secreta esperanza en su corazón que al tercer día Dios lo hubiese resucitado.
Al llegar Pedro y otro discípulo, entran al sepulcro y ven el sudario muy bien doblado y las vendas en el suelo, y es en ese momento, que al abrirse a una mirada más profunda y por obra de la fe, se dan cuenta y comprenden que Jesús ha resucitado, como la escritura lo decía: que él había de resucitar de entre los muertos.
Como esos discípulos, nosotros estamos llamados a cambiar nuestra mirada, a mirar desde el corazón, desde la fe, para reconocer a Jesús en nuestra vida cotidiana, en cada una de las personas que se cruzan en nuestra vida, en especial en los marginados de esta sociedad, no debemos quedarnos solo en las vendas y en lo que estas podrían significar. Hay que abrir nuestros sentidos y nuestro corazón para sentir al resucitado presente y actuando junto a nosotros en todo momento, especialmente en la dificultad o la desesperanza, cuando la violencia de la guerra parece ser lo común o cuando la búsqueda del poder no es para servir sino para servirse, es cuando nuevamente María Magdalena nos recuerda que a Jesús lo encontramos fuera del sepulcro, resucitado, y tal como los discípulos, nosotros debemos seguir dando testimonio del amor de Dios, del amor hasta el extremo, del amor a pesar de todo, del amor que construye la paz, del amor que genera justicia, del amor que libera, en fin… del amor que vence a la muerte.