Por Matías Valenzuela ss.cc.
El 29 de enero de este año viajé a Bogotá para comenzar un Diplomado en Pastoral Juvenil y Vocacional que organiza el Centro Bíblico, Teológico y Pastoral del Celam, que es la Conferencia Episcopal de América Latina y el Caribe. Había escuchado de este lugar pero nunca había estado ahí. Había escuchado del centro de estudios por los hermanos que habían ido a cursos de actualización teológica y el Celam lo conocía solo por las Conferencias de América Latina que desarrollaron el Concilio Vaticano II que tanto hemos valorado como Puebla y Medellín y en los últimos años Aparecida. Para mí era una oportunidad de renovar la reflexión sobre los jóvenes y sobre el tema vocacional antes de iniciar una nueva misión, ahora en Argentina, en la diócesis de Merlo-Moreno, en la provincia de Buenos Aires.
El Diplomado duraba dos meses, febrero y marzo, y estaba estructurado en módulos de una semana con temas que se iban sucediendo. Abordando la realidad juvenil, la situación de las pastorales juveniles, los procesos de acompañamiento vocacional, el discernimiento, y los procesos de crecimiento humano y espiritual a lo largo del camino de la vida. Para ello se invitaba a diferentes personas que habían profundizado en ellos a través de sus estudios y de su quehacer pastoral. Todo esto enmarcado en un enfoque llamado Planificación Pastoral Participativa desarrollado por un jesuita, Jesús Andrés Vela y presentado por Oscar Urriago; personas que habían comprometido su vida en el acompañamiento de jóvenes por décadas en Colombia y en diversos lugares de América Latina. Un método que implicaba partir de la realidad, desde el mundo vital y particularmente de las problemáticas que se presentan en la acción pastoral, para darles una respuesta sistemática e iluminada por el evangelio que sea transformadora y efectiva.
En este sentido, era un enfoque que abordaba lo pastoral con gran seriedad, invitándonos a considerarnos pastoralistas, es decir, agentes de pastoral, responsables con otros del caminar de la iglesia, llamados a no improvisar, sino a generar procesos, con metas y medios claros, definiendo indicadores evaluables, con etapas y hechos reales logrados. Es un enfoque interpelador, porque nos exige salir de lo sabido y definir itinerarios que colaboren verdaderamente al crecimiento de las personas.
Personalmente el tiempo allá fue una gran experiencia. Destaco, en primer lugar, la posibilidad de dedicarle tiempo a la reflexión, a la lectura y a la oración, pudiendo profundizar en temas que me interesaban mucho y que son pistas a seguir trabajando. También ha sido un regalo la apertura y el encuentro con una iglesia latinoamericana y caribeña a través de muchos rostros concretos. Eso ha sido un regalo. Hay mucha vida y muchas búsquedas. Eso me ha hecho sentir más parte de la iglesia y anhelar colaborar en la comunión y en la construcción de esta. Por último, he disfrutado mucho y agradezco enormemente el contacto con los hermanos de la vice-provincia de Colombia, su acogida, su mirada de la realidad y los caminos que están recorriendo. La posibilidad de visitar la ciudad natal de nuestro querido hermano León Silva Marín ss.cc., fallecido recientemente producto de un cáncer, y compartir con su hermosa familia.
Pienso que tenemos muchos desafíos por delante, sobre todo en cuanto al acompañamiento de los jóvenes. Pero es un desafío muy hermoso y entusiasmante, en el que se gasta la vida con quienes están buscando y necesitan luces en el camino. Y qué mejor que la luz de Jesús. Hay un enorme tesoro que compartir. No debemos desanimarnos, ni llenarnos de ansiedad, sino que pedir paciencia y valorar la vida tal como es, escuchando las voces del Espíritu, sobre todo las que se expresan en el corazón de los jóvenes y en el clamor de los pobres. Y así, caminando, paso a paso, re-crear y acoger el Reino. Sin dejar de rezar por las vocaciones, por todas ellas, para que nuestra familia siga creciendo y sirviendo, en comunión con el pueblo de Dios y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad.