Formación permanente: un regalo del Espíritu

Por Matías Valenzuela ss.cc. 

Los hermanos de los Sagrados Corazones que nos reunimos en Quito entre el 16 y el 26 de mayo de este año ya hemos vuelto a nuestros países de origen o a nuestros lugares de misión. Aunque todavía conservamos las sensaciones que nos dejaron estos días de encuentro, de compartir la vida, la fe y los sueños. Hubo varios temas que abordamos y algunas experiencias que vivimos.

Cabe destacar que los convocados éramos hermanos de votos perpetuos que tenemos alrededor de cuarenta años y que hemos vivido la formación internacional, es decir, que nuestro tiempo inicial en la vida religiosa fue en casas con hermanos de otros países, fundamentalmente latinoamericanos y donde el enfoque buscaba ser inter provincial es decir, definido en común por los responsables de las diversas presencias. Esto hizo que el encuentro fuera como un gran re-encuentro y la posibilidad de abrir el corazón y compartir la vida fuera muy simple y llano. La mayoría nos conocíamos y habíamos vivido juntos y los que no se integraron fácilmente. Eso es un valor de la internacionalidad, que nos permite mirar más allá de nuestras fronteras y soñar juntos. Además que por la edad de los participantes, que se asocia más o menos a la mitad de la vida, ya había historia que recoger, donde había crisis, caídas y logros, alegrías y cansancios, todo se junta y como el camino que habíamos elegido era el mismo se hacía mucho más fácil ponerlo en común y saberse comprendido. Esto me hace pensar en lo saludable que es la formación permanente, que debe incorporarse en todos los itinerarios de crecimiento humano, haciendo pausas, dejándose escuchar y a la vez recibiendo la iluminación de otros.

Entre los temas que abordamos estuvo presente el de los abusos, en esto fuimos acompañados por Carlos Mangin, SJ, un sacerdote jesuita ecuatoriano. Partió con un dato que es escalofriante, que el 80% de los abusos sexuales se producen en el hogar y que según las estadísticas uno de cada cinco niños en el mundo ha sufrido algún tipo de abuso. La iglesia ha debido enfrentarse a este tema de manera decidida porque ha sufrido al interior de ella el escándalo de que sacerdotes cometieran abusos y peor aún, que el sistema eclesial no lo enfrentara con decisión en busca de la protección de los menores, sino que lo ocultara y minimizara. Hoy se están haciendo esfuerzo por acoger a las víctimas y reparar el daño causado, así como actuar con decisión respecto a los autores de tales conductas, por ejemplo, planteando el deber de denunciar. Pero a la vez, es indispensable trabajar en la formación humano afectiva de los candidatos al ministerio sacerdotal y también de las personas a lo largo de todo el camino de la vida.

Planteó, a la vez, tareas que tienen que ver con el acompañamiento de los niños y los jóvenes en los casos de abuso y, en general, con la prevención: fortalecer la autoestima y el sentido de la vida; buscar redes de apoyo; evitar la re victimización para lo que es necesario escuchar sin presionar, ofreciendo confianza y empatía con lo ocurrido; enseñar a controlar la propia vida, entre otras cosas, a través de la explicitación de límites, que son indispensables para una convivencia saludable; favorecer una educación sexual integral; y ofrecer apoyo psicosocial a las familias de alto riesgo. Fue un tema desafiante e interpelador, que nos coloca delante de una realidad muy dolorosa, pero que es necesario enfrentar y prevenir, sobre todo por el bien de las personas, de los niños y de todos, también por el bien de las comunidades y de la Iglesia en general para que esta sea de verdad el lugar evangélico de amor y de vida, de salud y liberación, que estamos llamados a forjar con la gracia de Dios.

Una segunda parte de la presentación de Carlos Mangin sj estuvo destinada al tema del autocuidado, es decir, la atención a nosotros mismos y a la vida de manera integral, en la línea de cuidarse para servir. No se trata de poner en el centro la realización personal, pero sí, teniendo a la vista nuestra vocación, cuidar integralmente la vida para poder hacer el bien y caminar con otros. Esto implica atención al propio cuerpo, a nuestras necesidades y a nuestros límites. Pero una de las cosas en las que puso hincapié el expositor fue el tema de la espiritualidad, en el sentido del contacto con nuestra interioridad. Tiene que ver con la conexión, con nosotros mismos, con los demás y con Dios, desde el centro de lo que somos. Una espiritualidad que se conecta con nuestra fe y con todo aquello que nos da sentido. Mangin nos propuso la imagen del iceberg que flota dejando una gran parte bajo el agua mientras que sobre la superficie se ve solo la punta señalando que nuestra vida es así, hay mucho más que no conocemos ni comprendemos de nosotros mismos que lo que se nos hace patente, por ello es tan indispensable estar atentos.

Otro de los momentos muy relevantes del encuentro fue el retiro en el que nos acompañó Martín Königstein ss.cc. A Martín lo conocemos hace muchos años, porque si bien actualmente está en Alemania, vivió por treinta años en Chile y es un gran hermano y amigo. Sus búsquedas lo han llevado a conectarse hondamente con la interioridad. Él nos propuso en el retiro un modo de oración, que llamó ejercicio (siguiendo la tradición ignaciana), en el que debíamos estar en silencio, juntos o por separado, ordenando la respiración, con los pies en la tierra y reconociéndonos ante la presencia del Señor. Es decir, nos propuso un modo de contemplación en que uno se sitúa en el presente ante Dios, simplemente respirando y dejando fluir los pensamientos que sobrevienen. Se parece a la meditación budista, en que la persona ni se aferra ni rechaza los pensamientos y los sentimientos que sobrevienen, mientras está en silencio. Pero se diferencia de esta última, en que la persona se sitúa conscientemente ante la presencia del “Otro” con mayúscula, es decir, es una contemplación donde hay alteridad. Por eso Martín también recordó las palabras de Teresa de Jesús, en la que la oración es tratar de amistad estando a solas –uno podría agregar, en silencio, sin necesidad de palabras, quizás simplemente repitiendo el nombre del Señor– con quien sabemos nos ama.

Todo ello fue acompañado de meditaciones que abordaron distintos temas, como la llamada a partir y el horror al vacío, la ascesis como un modo de avanzar en el camino cristiano y los criterios que se deben considerar para habitar el mundo en búsqueda, con otros, tratando de ser instrumentos de justicia, de paz y de encuentro.

Otro punto muy alto de la experiencia fueron los paseos que hicimos. Que nos permitieron asomarnos a Ecuador y volver a palpar –oler, mirar, saborear– nuestra condición de latinoamericanos. Esto de ser un encuentro de hermanos de distintos países de Latinoamérica (indo afro Latinoamérica como le gustaba decir a nuestro querido hermano Ronaldo Muñoz ss.cc.) se vio condimentado con el hecho de que Ecuador es un lugar bellísimo, lleno de vegetación, donde hay diversidad de alimentos y de colores que provienen de su rica tierra y de su gente.

También nos dimos un espacio de reflexión sobre el deseo de que hubiera una comunidad misionera latinoamericana, en algún lugar de este continente, con hermanos de diversas provincias, que fuera capaz de entrar en áreas donde nos cuesta más llegar, respondiendo a la interpelación del Papa Francisco de ir a la fronteras, a los márgenes, a las periferias de todo tipo.

Todo fue un regalo y ahora a seguir viviendo, sirviendo, amando, que el evangelio se aprende así, a la siga de Cristo, caminando. ¡Gracias por todo Señor!

Lo que este encuentro significó para cada uno:

Javier Cárdenas (Chile)
«Encuentro con Jesús resucitado en mis hermanos y en los pobres e indígenas».

Pedro Pablo Achondo (Chile)
«Empaparme de nuestra América Latina bajo el nombre de Jesús y de nuestra espiritualidad».

Juan Cofré (Chile)
«Alimentarse de Dios y de los hermanos».

Pedro León (Chile)
«Un tiempo para un encuentro que abre nuevas posibilidades».

Matías Valenzuela (Chile)
«Un espacio para detenerse y compartir la vida, mirando con nueva profundidad el pozo que es nuestra familia religiosa, el pueblo latinoamericano y nuestro propio corazón, donde late el Espíritu del Señor».

Eric Hernout (Chile)
«Un regalo del Espíritu».

Jimmy Benavides (Ecuador)
«Ver dónde está mi orilla de río donde tengo que trabajar».

Juan Carlos Vélez (Ecuador)
«Ocasión de revitalizar el ser Sagrados Corazones en esta generación».

Luis Enrique León (Ecuador)
«Una oportunidad de revitalizar mi vida religiosa y la identidad como hermano Sagrados Corazones».

Luis Alberto Hernández (Colombia)
«Un renovar el espíritu en comunión congregacional».

Arnoldo Castañeda (Colombia)
«Una experiencia de conversión y de revitalización de mi ser religioso presbítero».

Iván Espínola (Paraguay)
«Para mí el encuentro fue un regalo de Dios como adelanto a los cinco años de ordenación sacerdotal».

Ángel Armoa (Paraguay)
«Fue un tiempo de buena compañía, reencuentro, de felicidad de haber compartido la fe, la esperanza, sueños e ideales con todos los hermanos».

Lucio Colque (Perú)
«Sentir la fraternidad entre los hermanos Sagrados Corazones en América Latina; Sentir la presencia de Dios en medio nuestro, que nos sigue impulsando en la construcción del Reino».

Pedro Vidarte (Perú)
«Para mí el encuentro fue descanso, alegría, reencuentro, oración, celebración, paz y fraternidad. Una sincera mirada a mi vida en el presente donde hoy Dios me sigue llamando como religioso presbítero de los Sagrados Corazones a buscar la piedad y la alegría como signos de mi deseo de vivir mi consagración, a cuidar con atención y cariño de mi propia vida para el servicio de la Iglesia y de la Congregación».

Rufino Valeriano (Perú)
«Fortalecer mi vida religiosa en contexto latinoamericano».

Joao E. Mattos (Brasil)
«Un momento de reflexión y de fortalecer una decisión».

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