Por Eugenio Miranda, diácono permanente parroquia San Pedro y San Pablo
Za 9,9-10; Rom 8,9.11-13; Mt 11,25-30
Hoy, nuestra liturgia nos propone el evangelio del apóstol San Mateo. En este capítulo nos da a conocer las dos naturalezas de nuestro señor Jesús. Primero su naturaleza divina, el conocimiento que él tiene de Dios su padre y padre nuestro, en esa intimidad que devela cuando lo alaba diciendo: “Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Nos da a conocer que él es el Hijo de Dios que ha recibido todo, pero todo de su Padre y que solo él conoce a Dios, y Dios lo conoce a él. Conoce la voluntad de Dios que fue oculta a los sabios y prudentes.
Y por la otra naturaleza, Jesús quiso hacerse uno de nosotros encarnándose, tomando así nuestra naturaleza humana, para realizar la voluntad de su Padre, pero nos pide que seamos humildes, pacientes, compasivos, y así tomaremos su yugo que es ligero y liviano. Ese yugo que nos dará la libertad. Nos invita a seguirlo, pero queridos hermanos y hermanas, seguir al Señor Jesús, es hacernos misioneros, continuadores de su misión de divulgar sus enseñanzas que son la clave para nuestras vidas. Nos dijo el papa Paulo VI, “involucrar nuestras vidas en seguirlo a él, sólo a él, aun sabiendo que esta decisión conlleva a renuncias, sacrificios riesgos y muchas incomprensiones, pero vale la pena” (homilía en el domingo de Ramos, 1978).
Tomar en cuenta el respeto por los más sencillos, postergados, discriminados, marginados, para eso se nos exige honestidad, capacidad de diálogo y mucha tolerancia. De esa manera encontraremos lo que tanto anhelamos: ser libres, felices y ser invitados a participar del Reino de Dios.