Domingo 30 de julio

Por Sergio Silva ss.cc.

1 R 3,5.7-12; Rom 8, 28-30; Mt 13,44-52

Antes de proponer alguna idea sobre los textos de la liturgia de este domingo, quiero recordar dos consejos del papa Francisco en Evangelii gaudium que me han hecho mucho bien. El primero lo podemos considerar un consejo “místico”. Francisco propone que, al preparar la homilía, uno tenga presente que el rol del predicador es hacer de puente entre el corazón de Dios y el corazón del pueblo que se tiene delante; por eso es bueno preguntarse qué quiere decirle el Señor a ese grupo humano que se ha reunido a celebrar Su día y que uno normalmente conoce más o menos bien.

El segundo consejo es práctico: hay que predicar corto (no más de 7 minutos) y estructurar la homilía en torno a una idea, una imagen y un sentimiento.

Me atrevo a añadir un tercer consejo, de mi cosecha; es fruto de estos largos 4 meses de estar asistiendo en Roma a la misa dominical como simple fiel. ¡Qué bueno sería pensar la homilía (y hacerla) tratando de que la gente, al volver a su casa, se llevara una buena noticia de parte de Dios, que le ayudara a vivir mejor su semana! Y no que saliera aplastada con más cargos de conciencia por todas las cosas que el predicador le ha dicho que debe hacer (y que probablemente no ha hecho a la perfección y nunca lo podrá hacer).

Para terminar este exordio: las dos secciones que Francisco dedica a la homilía y a su preparación en Evangelii gaudium (EG 135-159) son dignas de leer y, ojalá, las tratemos de asimilar.

El evangelio de este domingo (Mt 13,44-52) puede dejar una primera impresión de desorden. Pareciera que el evangelista ha puesto al final del capítulo sobre las parábolas todo lo que le sobró: dos pequeñas parábolas (la del tesoro y la de la perla) que subrayan el valor inigualable del Reinado de Dios, ante el cual todos los demás bienes pierden importancia; una parábola sobre el juicio o discernimiento que hará Dios al fin del mundo, que no parece ser propiamente un llamado a alegrarse sino, más bien, a llenarse de temor; y una afirmación sobre el escriba entendido en el Reinado de Dios (podríamos interpretar: el escriba cristiano), que puede usar en su enseñanza lo antiguo (probablemente una alusión a “la Escritura”, es decir, nuestro Antiguo Testamento) y lo nuevo (alusión a la proclamación cristiana del evangelio de Jesús).

La primera lectura, sobre el sueño de Salomón (1Re 3,5,7-12), se conecta con esta última parte del pasaje del evangelio, porque presenta la sabiduría de Salomón. Aunque puede referir también a la primera, porque lo propio de su sabiduría ha consistido en que Salomón discernió bien el valor de las diversas cosas que podía pedir a Dios, y no pidió pensando egocéntricamente en su bienestar personal, sino en el bien del pueblo al que tenía que servir como rey.

La idea

Me atrevo a proponer como hilo conductor para la homilía el tema de la sabiduría, entendida como la capacidad de discernir bien el valor de los distintos bienes que se nos presentan en la vida y elegir por lo tanto el más valioso.

Los personajes de las dos pequeñas parábolas del comienzo enfrentan un dilema entre el valor de lo que ya poseen (sus bienes, sus perlas) y el valor de lo que han encontrado (un tesoro enterrado, una perla finísima); y ese dilema lo deben resolver rápidamente. El texto de Mateo no usa ninguna palabra que exprese esa rapidez; basta con el relato mismo que muestra a las claras que la situación urge: cada personaje puede pensar que, así como yo he encontrado ese gran bien (el tesoro, la perla), otro también lo puede encontrar y ganarme el quién vive. Asimismo Salomón debe decidirse de inmediato. En el sueño no puede pedirle a Dios que le dé tiempo para pensarlo o para consultar a los sabios; debe tomar una decisión en el momento mismo.

En las dos parábolas de Jesús, la decisión sabia involucra optar por el bien de más valor y perder los otros (los dos deben vender todo lo que tienen para quedarse con el campo donde está el tesoro o con la perla fina). Esto es coherente con ese núcleo central del Evangelio que Jesús expresa repetidas veces como perder la vida (la mía, pequeña, tantas veces auto centrada) para ganar la vida (la auténtica, la del Dios que es Amor, siempre vaciándose de Sí para darse a los demás). En el caso de Salomón, en cambio, se juega todavía a ganarlo todo, sin perder nada: recibe la sabiduría para gobernar, que es lo que ha pedido (un valor centrado en los demás, en los súbditos), y el bienestar (valor auto centrado); por algo es antiguo testamento. De ahí que el “escriba instruido en el Reinado de Dios” debe tomar lo antiguo desde lo nuevo, visto y discernido a la luz de Jesús y su Evangelio.

¿Y qué hacemos con la parábola de la red? Creo que la podemos ver como el anuncio del discernimiento de los valores hecho por Dios. Ciertamente Él hace el discernimiento más verdadero. Así, esta parábola podemos leerla como una invitación a hacer nuestros discernimientos, cotidianos o que marcan época en nuestra vida, a la luz del discernimiento que hace Dios, tal como se nos ha mostrado en Jesús.

La imagen

La homilía se puede empezar evocando la imagen de una situación cotidiana en que debemos elegir entre diversos bienes. Por ejemplo, todos disponemos de alguna cantidad de dinero; y se nos presentan muy diversos bienes en los que podemos gastarlo. Algunos de estos bienes son necesarios (comer, vestirse, educarse, sanar, etc.), otros son muy atractivos (ropa de marca, tele de plasma, auto nuevo, etc.). El ideal es que todos –predicador y pueblo fiel– podamos ponernos con nuestra imaginación en alguna situación real, ojalá vivida.

El sentimiento (y la buena noticia que llevarse a casa)

Es hermoso saber elegir lo que es realmente mejor. Dios quiere que sepamos hacerlo, que ojalá siempre elijamos lo que más nos conviene: es nuestro Padre y quiere que seamos felices. En la vida vamos tomando unas pocas veces algunas grandes decisiones que marcan nuestro camino (estudio, matrimonio, trabajo, casa, etc.); pero cada día estamos tomando pequeñas decisiones, que tantas veces las tomamos sin pensar, movidos por la costumbre y la rutina, o arrastrados por la publicidad o por nuestras pasiones.

Dios no sólo quiere que tomemos las mejores decisiones, las que nos hacen el bien verdadero a nosotros y a los que nos rodean. También nos acompaña para que podamos hacerlo. Nos ha dado a Su Hijo Jesús, que nos muestra el camino que lleva a la plenitud, y que nos invita a seguir tras sus huellas; y nos está dando permanentemente Su Espíritu que, desde dentro de nosotros mismos, nos aconseja, nos instruye y nos da la fuerza necesaria para tomar las buenas decisiones. No estamos nunca solos, podemos confiar en el Dios que nos ama, y encomendar nuestras opciones al Señor.

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