Por Pedro Pablo Achondo Moya ss.cc.
Jer 20,7-9; Rom 12,1-2; Mt 16,21-27
La figura de Pedro es sencillamente extraordinaria. Hace un par de domingos era llamado por Jesús “hombre de poca fe” (Mateo 14, 31) al dudar que fuera posible lo que el Señor le mandaba. El domingo pasado, Pedro vuelve a la carga confesando su fe (Mateo 16, 16): “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios viviente”. Pedro nos desconcierta y al mismo tiempo nos desafía e inspira. Su amor por Jesús, su pasión por el mensaje de Cristo y el deseo de responder con vehemencia son manifestación de un ardor fuera de serie y de un camino –tan lleno de tropiezos- que lo lleva finalmente a convertirse en “piedra”. Este domingo Pedro recibe otra reprimenda del Maestro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mateo 16, 23). Después de ser enviado a edificar la comunidad cristiana, Pedro se transforma en “piedra” de tropiezo para Jesús. Pedro y sus contradicciones, Pedro y su pasión nublando el discernimiento y la comprensión de “los caminos de Jesús”. Sabemos que Jesús busca ubicarlo, colocarlo en su lugar que es detrás del Maestro. No delante, jamás intentando mostrarle el camino, sino siguiéndolo, descubriéndolo de la mano de su Señor. Pedro –y con él, todos y todas las creyentes- está llamado a ser más tripulante que capitán, más escuchante que dirigente, más buscador que legislador, más siervo que juez; en definitiva discípulo y no maestro.
Detengámonos en la reprimenda de Jesús: tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres. “Los hombres” representa aquí, tal vez, esa idea de transformar a Jesús en un Mesías a nuestra altura, un Mesías triunfante, político o revolucionario. Ajustarlo a nuestros deseos o necesidades; olvidando o ignorando el Plan de Dios. Esos “pensamientos de los hombres” se nos cuelan en todo: en nuestras estructuras parroquiales, comunitarias, eclesiales, familiares y sociales. En tiempos de Jesús esos “pensamientos de los hombres” correspondían a ciertas ideas sobre la liberación y el fin de la opresión romana; a la instauración del esperado reinado de Dios, según la línea davídica u otra de corte real o política. Pero ¿quién realmente esperaba a ese Mesías Siervo, al hijo humillado y rechazado por los poderosos, al Cordero Inocente entregado a la compasión por la muchedumbre? Probablemente unos pocos, María de Nazaret y alguno de los discípulos. Pedro lo fue descubriendo lentamente. Nuestros caminos creyentes también son así, al ritmo de Pedro. Cruzados por “pensamientos de los hombres”, por deseos grandilocuentes, exitismos contemporáneos, logros numéricos y expresiones de una fe impositiva y sin libertad; que en definitiva es una falta de fe y una vida espiritual sin confianza en el Espíritu de Dios.
Hoy celebramos a nuestro querido tata Esteban, a 103 años de su nacimiento. Un hombre de Dios y un hombre de los pobres. Un creyente que al modo de Pedro fue trazando un camino, fue descubriendo al andar las huellas sencillas y tímidas del Nazareno. Probablemente, como Pedro, Esteban se cayó y lloró arrepentido; gritó con fuerzas que Jesús era su Señor y mejor amigo y de a poco –en el vaivén de las contradicciones- fue consolidándose en una roca, en una piedra espiritual en la que muchos y muchas podían descansar, beber, transfigurarse. Esteban fue así, en su ruta petrina, dejando atrás los “pensamientos de los hombres”, para, en la compañía de los pobres, llenarse de “los pensamientos de Dios”. Por eso y solo por eso, podemos afirmar que Esteban se transformó en una persona llena de Dios, en un auténtico discípulo de Jesús. Tanto Pedro como el padre Esteban son para nosotros hoy testigos del resucitado, compañeros en nuestros caminos personales y comunitarios; hermanos a los que podemos recurrir en la desolación y con los que podemos celebrar nuestras alegrías y esperanzas en medio de “los pensamientos de los hombres” que atraviesan nuestras construcciones injustas y reproductoras de miseria social, ecológica y humana.