Domingo 15 de octubre

Por Cristian Sandoval ss.cc.

Todos invitados a la boda

Muchas veces nos hemos dado cuenta que nuestra modernidad neoliberal nos invita a una fiesta de consumo en que nos podemos llenar de cosas hermosas que nos hacen sentir importantes; ropa, autos, joyas, estatus y esas cosas. El problema surge cuando nos damos cuenta que esta fiesta del consumo nos es para todos, que acceder a ella nos obliga a distinguirnos de los que no pueden y que inevitablemente (casi necesariamente) deja una gran multitud de gente fuera, mirando desde fuera de la vitrina de este “mundo ideal”.

El Reino es todo lo contrario, es una fiesta, una gran fiesta en la que hay diversos invitados que tienen distintas maneras de acoger esta invitación. Algunos no tienen en cuenta la invitación, “se hacen los lesos”, otros la rechazan “están ocupados en sus asuntos” dicen, otros prefieren maltratar a los mensajeros.

Sin embargo, la fiesta va igual, y no hay problema que los invitados sean otros. Pero sí esta invitación necesita ser acogida, necesita expresarse en el vestido de fiesta. Aunque seamos invitados permanentemente, acoger esta invitación exige de nosotros disponernos a esta fiesta, ordenar nuestra vida para celebrar de buena manera.

Lo más hermoso de este evangelio es descubrir que el Reino de Dios es un regalo festivo, que el anuncio del Evangelio necesita la alegría de la fiesta que significa acoger esta buena noticia.

¿Qué estamos anunciando? A veces pareciera que el anuncio del Evangelio es una cadena que nos oprime, que nos llena de reglas y de exigencias desmedidas, que nos divide entre los que “merecen” la fiesta y los que no. En que para disfrutar de buena manera tiene que haber gente que queda fuera. Los que “cumplimos” y los que no. Al contrario, estamos TODOS invitados y si no acudimos a ella serán otros los que disfrutarán este llamado de Dios que es una fiesta de liberación y de fraternidad.

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