Cristian Sandoval ss.cc.
Alguna vez escuché la oración: “Jesús viene, siempre viene”. No recuerdo dónde fue, lo que sí, es que me ha dejado pensando en esa certeza.
Muchas veces durante nuestro año damos una mirada atrás; revisamos cómo nos ha ido, lo que hemos hecho mal, lo que nos falta. También hacemos esa mirada a nuestro mundo. En esas ocasiones descubrimos con pesar que la vida se ha complicado, que nuestro mundo y nosotros mismos no somos lo que nos gustaría. Muchas veces caemos en pesimismo, en desesperanza: “nada va a cambiar”, o “todo será lo mismo”.
¡Qué fácil es olvidarse de nuestra fe en esos momentos!
¡Qué fácil es esconder las grandes motivaciones y anhelos de nuestra vida y quedarnos en las lamentaciones de lo que no fue!
Ese es el camino directo a la frustración y a la depresión.
“Jesús viene, viene siempre” nos previene contra aquello que nubla nuestro entendimiento y nos pone siempre en el camino de la esperanza.
El Señor viene, viene siempre, es el antídoto contra los profetas de calamidades que se esconden en tormo nuestro, y a veces en nuestro propio corazón.
El Señor viene, viene siempre, es la certeza de que Dios no nos abandona y que nos permite levantarnos aunque estemos cansados, aunque pareciera que no se ve el final.
Solo esta certeza nos permite ver los signos de vida presentes en todas partes, en lo que nos rodea, en las personas con las que nos encontramos en los desafíos que están presentes. Esto es lo que reconocemos en este tiempo de Adviento: reconocemos que Jesús-niño se hace presente en el hoy y no nos deja solos.
El Señor viene, viene siempre…