Por Beltrán Villegas ss.cc.
Is 61,1-2ª.10-11; 1 Ts 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28
La liturgia nos presenta hoy a una gran figura del Adviento: a Juan Bautista. Figura gigantesca, pero esencialmente definida en función de otro: del que tiene que venir, del que él es solo precursor, del que lo supera hasta el punto de sentirse indigno de desatarle la correa de sus sandalias. «No era él la luz, sino el testigo de la luz» ; no el Mesías, ni Elías, ni el Profeta, sino la voz que grita: «Enderecen el camino del Señor».
Vale la pena detenerse en lo que Juan Bautista dice de ese Otro: «Ya está en medio de ustedes uno que ustedes no conocen». Juan lo identificó al mostrar a Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Pero los evangelios nos cuentan que cuando estaba en la cárcel le llegaron noticias sobre la forma en que Jesús estaba actuando, y que se sintió desconcertado porque su forma de actuar no calzaba con la imagen que él se había forjado de «el Otro más grande», y al que había descrito como el que «tiene el bieldo en la mano para limpiar su era; recogerá el trigo en el granero, pero la paja la quemará en un fuego que no se apaga» (Mt 3,12). Entonces envió Juan Bautista a unos discípulos suyos para preguntarle (a Jesús) «¿Eres tú el que tiene que venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,2-3) . Y nos dice el evangelio que la respuesta de Jesús fue resumir su actividad y sus frutos en los siguientes términos: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian buenas noticias a los pobres»; añadiendo la siguiente frase: «y feliz el que no se cae al tropezar conmigo» (Mt 11,5-6).
En una palabra, Jesús le señala a Juan Bautista que su forma de ser Mesías era de misericordia compasiva y no de juicio riguroso y para ello se remite al texto del A.T. que escuchábamos como 1ª Lectura.
Creo que todo esto nos muestra que a Jesús nadie lo puede agotar; siempre hay en él dimensiones nuevas que nos pueden sorprender e incluso «escandalizar»; él no cabe en nuestros moldes y tenemos que estar dispuestos a reformar nuestras concepciones, a ampliarlas, incluso a rehacerlas; una imagen suya que pudo sernos útil y válida en el pasado, se nos vuelve inevitablemente ineficiente y hasta dañina en el día de hoy. La continua lectura del evangelio confrontada con nuestra experiencia y con la de la Iglesia, tiene que llevarnos a descubrir siempre de nuevo el verdadero rostro de Jesús. Alguien ha dicho que a Jesús solo se lo puede conocer descubriéndolo; en otros términos, el descubrimiento de Jesús es la tarea inacabable de la existencia de un cristiano.
Una última reflexión sobre la frase de Juan Bautista: «En medio de ustedes está uno que ustedes no conocen». La evangelización no puede ser el dar a conocer una realidad ajena, extrínseca, a quienes se evangeliza: Cristo está ya presente en la vida de todo hombre y de toda cultura cuando comienza la evangelización, y evangelizar es ayudar a quienes se evangeliza a reconocer en su propia vida los signos y huellas que en ella ha dejado la presencia invisible del Señor. Si no estamos convencidos de que el Resucitado tiene caminos para llegar con su amor salvador a toda realidad humana, no podemos ser portadores de «buenas noticias». Porque no puede ser una «Buena noticia» para nadie una verdad que no sea el descubrimiento del sentido profundo de su propia realidad vivida.