Por Matías Valenzuela Damilano ss.cc.
El día dos de marzo despedimos a nuestro querido hermano Enrique Moreno Laval ss.cc. que por casi sesenta años perteneció a la Congregación y se entregó como sacerdote en diversas partes del mundo, destacándose Concepción, Santiago, Filipinas y en el último año Diego de Almagro en la región de Atacama. Enrique era de eso hermanos entrañables, disponibles, listos para partir y con deseo de ser siempre más fieles al seguimiento de Jesús. Una de las cosas que a mí me impresionaba de él era su capacidad de entregar su tiempo a los demás. Si te esperaba para conversar podía reservar una tarde completa para escucharte, tomar once, caminar y así realmente acoger la vida de aquel que había solicitado su acompañamiento.
En los años que lo conocí hubo dos rasgos más que me impresionaron, uno fue su fidelidad a la oración, podía estar una hora completa en la capilla desde el inicio del día, en silencio, en diálogo con Jesús. Estoy seguro que esa constancia fue haciendo que su corazón se hiciera cada vez más transparente y permeable al querer de Dios. Los hermanos con los que vivió en el norte el año pasado dan testimonio de una convivencia sin fisuras, sin tensiones, sino que una fraternidad llana, alegre, colmada por la alegría de estar en medio de los pobres y pequeños, caminando en el desierto junto a los más alejados de nuestro país.
A lo anterior, agregó esa capacidad para retratar rostros y situaciones humanas, a través del blog Araw Araw escrito por varios años desde Filipinas y luego desde nuestro querido norte chileno. Ahí con su finura de pastor y periodista era posible conocer historias de personas que desde su sencillez reflejaban una enorme humanidad y nos hacían emocionar y percibir el aliento de Dios. Su mirada como la de nuestro querido Esteban estaba fija en Jesús y por él y con él en los más pequeños de nuestro mundo.
Este dos de marzo, en el funeral de Enrique, conocí a la hija de Sebastián Acevedo, María Candelaria Acevedo, quien contó el modo como habían sido acompañados por nuestro hermano el día que su padre se inmoló para denunciar la detención ilegal de sus hijos en el contexto de la represión de la dictadura militar. Sebastián Acevedo murió por este grito de dolor al no soportar la injusticia ante el secuestro de sus hijos y dio lugar al movimiento que llevara su nombre y diera lugar a un modo de denuncia pacífica que siempre me ha conmovido. Al escuchar a María Candelaria me emocioné hasta las lágrimas, pensando en Enrique, en su padre y en ella. Recordándola a ella quiero, este día 8 de marzo, hacer un homenaje a las mujeres de nuestro país y del mundo, especialmente a todas aquellas que han luchado y luchan por una patria más justa, muchas de las cuales han sido atropelladas en sus derechos y en su dignidad, incluso dentro de la Iglesia. Nos falta mucho como sociedad para brindar un trato verdaderamente respetuoso e igualitario, que reconozca todo el valor de la mujer y su derecho a actuar, aportando desde su libertad y originalidad, sin sometimiento, ni discriminación. La belleza está labrada en rostro de mujer, la sabiduría también. Dejemos que entre a raudales la danza, la música, la conversación, la interpelación, que nos viene desde lo femenino y que así la vida sea fecundada plenamente, como lo ha soñado Dios.