Quinto domingo de Cuaresma

Por Nicolás Viel ss.cc.

Jr 31,31-34; Hb 5,7-9; Jn 12,20-33

“La muerte es más asunto de amor que de despedidas”

El evangelio de este domingo nos pone frente al tema de la muerte. Cuesta hablar de la muerte, de hecho muchas veces se echa mano de ciertas imágenes para esquivar una palabra que nos parece tan intensa e incómoda. Hace un tiempo un hermano de la Congregación de 92 años (Pablo Fontaine) me habló de su muerte futura con enorme belleza y sentido. Me dijo sentirse cada vez más cerca “del momento más importante de la vida, donde todo lo vivido se funda en el abrazo definitivo con el Padre”. No es sencillo encontrar a alguien que hable así de su propia muerte y que al mismo tiempo la considere tan central en la vida. El asunto es que la muerte y el modo de morir confirma o no el sentido de todo lo vivido. En este sentido Jesús muere de una manera coherente para lo que fue toda su vida, un constante salir de sí mismo para poner la vida en una doble referencia, al Padre y a todo lo humano. En Jesús, su forma de morir es consecuencia de su forma de vivir.

La muerte y resurrección de Jesús, para la que nos vamos preparando en este este tiempo de cuaresma, es un foco que nos permite leer toda la historia de salvación. Todo apunta a la pascua. En el evangelio de este domingo, Jesús es ese grano de trigo que cae en tierra y muere para dar mucho fruto. Su forma de morir nos quiere expresar que su entrega es completa y definitiva. Jesús no se ahorra nada, da todo hasta el último momento y esa entrega sin reservas es la fuente de una nueva alianza con la vida humana. Jesús nos enseña que los amores del evangelio no son cómodos ni fáciles. Como expresa una poetisa cubana Dulce María Loynaz “amar lo amable no es amar”. Los amores del evangelio saben de renuncias y entregas. Siempre he encontrado muy bella una respuesta de la gente sencilla de nuestros barrios de Merlo, en Buenos Aires. Cuando se les pregunta -¿Cómo estás? Responden “en la lucha”. Esta respuesta está llena de belleza y verdad porque los amores y compromisos de nuestras vidas son “luchados” y se ponen en juego en la cotidianidad de cada día. En sentido contrario y desde la perspectiva del evangelio, una vida que se gasta solo en el bienestar personal, en el éxito o la seguridad se transforma en una vida que no es fuente de vida para otros, en una vida estéril y sin frutos.

No hay nada más bello de una vida humana que la entrega hasta el final, hasta el último minuto, hasta el último gesto. Cuando la vida se convierte en un modo de amor y entrega hasta el final, la muerte se transforma en el mayor signo de vida. La cruz de nuestra Congregación, con sus brazos abiertos y elevados, anticipa el abrazo de la vida y la resurrección. Si la cruz no fuera un signo de vida, no la llevaríamos colgada de nuestros cuellos y no estaría en las paredes de nuestras habitaciones.

Hace algunas semanas murió nuestro hermano de Congregación Enrique Moreno a sus 76 años de edad. La muerte lo encontró predicando un retiro a las hermanas de la Congregación en Quito. En un pequeño papel dentro de sus pertenencias se encontró la siguiente frase: “La muerte es más asunto de amor que de despedidas”. La muerte encontró a Enrique hablando de Jesús, la gran pasión de su vida, entre otras muchas. El hermano que lo despidió en Quito, Guillermo Rosas, le dijo a las hermanas: “Enrique les ha predicado el mejor retiro de su vida. En realidad, nos lo ha predicado a todos. Un retiro sin palabras, porque las últimas que se le escucharon fueron la noche de su accidente vascular, invocando la ayuda de Dios. Un retiro sin mirada casi, porque fueron pocas las veces en que abrió los ojos estando ya en la clínica. Un retiro sin movimientos, porque le fueron arrebatados primero por la hemorragia cerebral y luego por la sedación a la que fue sometido. Un retiro de presencia crucificada. Un retiro que nos ha hablado de la fragilidad humana, de lo inesperado de nuestra hora final, de lo misterioso del proyecto de Dios para cada vida humana (…). Jamás vamos a olvidar este retiro, y esperamos que dé mucho fruto en todos los que hemos tenido la gracia de acompañar a Enrique en estos últimos diez días de su vida. Gracias, Señor, por este gran regalo”.

Solo la fuerza de la entrega en la cruz y la resurrección pudo iluminar a los discípulos que desconcertados seguían a Jesús. El seguimiento y la muerte muchas veces nos desconciertan. La muerte seguirá siendo ese misterio que nos sobrepasa y que nos deja llenos de preguntas sin respuesta, pero en su abismo más profundo esconde el misterio del amor insondable de Dios y el misterio de la vida eterna.

 

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