Por Mario Soto Medel ss.cc.
Hch 4,32-35; 1 Jn 5,1-6; Jn 20,19-31
La vida la recibimos cada día. Salimos del sueño y nos damos cuenta que estamos vivos, que tenemos vida entre manos. ¿Qué hacemos con esta vida? ¿Cómo la acogemos? ¿Cómo me siento para encararla? ¿Qué preguntas me hace? Estas preguntas y muchas otras son inevitables. De un modo u otro las respondemos.
La vida es regalo. Viene con ganas, empuja hacia adelante. Sino es así es porque algo está bloqueado en mí y necesito prestarle atención, identificar lo que me pasa y remover el obstáculo. En esto no estamos solos. El resucitado camina a nuestro lado y tenemos la gracia del Espíritu. La vida es un regalo bendito, mi vida y tu vida es un regalo bendito, y se merece nuestra atención, cuidado y gratitud.
La vida que tenemos entre manos puede ser “mortecina” o “resucitada”, y esto no pasa por la cantidad de bienestar que podamos tener, algunos ponen todo su esfuerzo en tener lo que quieren, en realizarse, en cumplir sus sueños. Aquí el sufrimiento es un contra sentido. Y la muerte es el fin del bienestar. No debería existir.
Otros con mayor sentido común ponen su esfuerzo en compartir; en dar y recibir. La alegría la encuentran respondiendo a las necesidades que tiene la comunidad, encuentran su gozo cuando pueden dar algo de si para que mi entorno sea mejor. No están focalizados en conseguir lo que quieren, sino en cuidar la propia vida y la de los demás. Para eso entran en dinámicas colectivas de solidaridad y organización. Aquí el sufrimiento propio y ajeno, el sufrimiento de los pobres, es una oportunidad de amar y de servir. Es motivo de alegría, porque estoy dando de mi para el bien de otro.
Lo segundo se acerca más al estilo de vida de Jesús resucitado.
Veamos los textos de la misa de este domingo:
Los hechos nos muestran estilo de vida con otros, una cultura de solidaridad con Dios y entre los hombres: “Daban testimonio de la resurrección del Señor”, “tenían un solo corazón, una sola alma”, “ponían sus bienes en común y ninguno pasaba necesidad”. Toda la sociedad de ese entonces no era así, al contrario, había exclusión, pobreza e injusticia. Pero la Iglesia primitiva lograba tener un estilo de vida propio, contra cultural, evangélico.
La primera carta de Juan
Nos recuerda la unidad del cristiano con Dios. Dios es nuestro Padre, hemos nacido de Dios y esto se nota porque nos dejamos orientar por Dios. Amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Hoy esto es un gran desafío. Lo fue en los tiempos de Jesús. Y la Iglesia generó estilos de vida diferentes. Pensemos en el mandamiento “no robar”, y sometamos al sistema financiero a un examen, veremos con facilidad que los intereses a la deuda son desmedidos, siendo así un robo legal. No solo se acumula la deuda, sino la deuda crece porque cobra intereses. O no desear los bienes del prójimo. Los recursos naturales son bienes de todos, son bienes del prójimo el agua, la tierra, el aire y muchas veces se entregan o son tomados por privados para su propio beneficio. O el cotidiano de generar basura no reciclable. La pregunta que sigue llega a ser molesta, pero es inevitable hacerla: ¿Cómo nos restamos de este sistema que se aparta del querer de Dios?
Y el evangelio de Juan
Nos trae el saludo del resucitado “la paz este con ustedes”. Pero cómo vamos a tener paz si estamos perseguidos, acorralados, metidos en un sistema que nos lleva por caminos de indiferencia ante el sufrimiento, de búsqueda de bienestar personal.
La paz llega los discípulos, no porque el mundo haya cambiado y la persecución terminó. La paz llega porque el amigo está cerca. Pienso en el padre misericordioso que se alegra por el retorno del hijo perdido, o la viuda de Naim que tenía a su hijo muerto y ha vuelto a la vida. Lo perdido ha sido recuperado. Esto es la fe, las ganas de vivir, la esperanza. El amigo Jesús ha resucitado, está a mi lado y camina conmigo. La paz llega a cada uno y la paz llega al colectivo de la comunidad, al pueblo, a los pobres. Paz, fuerza vital, ganas de emprender el camino de los mandamientos, para vivir en el respeto de lo propiamente humano, y el camino de las bienaventuranzas aun en medio de la persecución.
El papa Francisco no dice: “Si quieres la paz busca la justicia”. Y esto es posible en la apertura a la amistad del resucitado que camina con nosotros.