Por Víctor Córdova ss.cc.
HOY NO SE PUEDE ESTAR MIRANDO AL CIELO
Hch 1,1-11; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20
*Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo volverá como le han visto marcharse”.
Concluye ya el tiempo pascual y desde las lecturas de la fiesta de la ascensión del Señor surge esta advertencia para la comunidad naciente impulsada por el Espíritu del resucitado a salir a dar testimonio. Igualmente esa advertencia es para nosotros, la comunidad llamada a ser “apostólica” en el tiempo presente, una Iglesia para el tiempo de hoy. Ni al comienzo ni hoy es posible quedarse detenido mirando al cielo. Como advirtiéndosenos que la fe en Jesucristo, Señor Resucitado no se resuelve en “espiritualismos”. A Dios hay que encontrarlo en la vida; su voluntad hay que escudriñarla en la realidad del mundo; hay que aprender a mirarnos a los ojos y mirar la verdad que hay en ellos. Incluso de nuestros pecados y fragilidades no hemos de desviar la vista sino pedir la luz del Espíritu para discernir la conversión a la que nos llama el Señor. También ese ha sido el urgente llamado del Papa Francisco a toda la Iglesia de Chile, pastores y fieles; pedir la luz del Espíritu para discernir las acciones de nuestra conversión sirviendo a la justicia, a la verdad, sanando la comunión.
*A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo*.
Esa certeza del apóstol puede ayudarnos a tener confianza en el discernimiento hecho en común. Es la garantía de que el diálogo fraterno es fecundo y nos hará avanzar. No podemos tener miedo a dialogar, a escucharnos, a escuchar a las víctimas de los abusos de la propia Iglesia. No debemos tener miedo a dialogar con el mundo y su desafiante contingencia. No debemos tener miedo de escuchar el clamor de los pobres y los excluidos.
“Ellos se fueron a pregonar el evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”.
Sigue siendo ese el llamado de nuestra misión: pregonar el evangelio por todas partes, en todas las realidades y que como Iglesia el Señor confirme nuestra palabra con las señales que la acompañen: la fuerza del testimonio de vida, la coherencia de nuestras prácticas, la autenticidad de nuestro amor.