El 29 de junio de 1968, se ordenaban en el templo del colegio de los Padres Franceses de la Alameda, Javier Cerda, Sergio Silva, Enrique Moreno y Miguel Macaya. Recibían esa unción sacramental de manos del cardenal Silva Henríquez, en ese momento arzobispo de Santiago.
Este cuarteto se mantuvo unido a través de los años instaurando la tradición de las “generaciones” en la congregación. Hoy solo están con nosotros Javier y Sergio.
Sergio, en Roma, pudo celebrar sus 50 años en la casa general, mientras que en Santiago familiares de estos cuatro hermanos llegaron a acompañar a Javier y a recordar a Enrique y a Miguel a la parroquia San Pedro y San Pablo.
Carlos Cerda, hermano de Javier, se encargó de reconstruir su historia desde la infancia hasta hoy, contando variadas anécdotas de las distintas etapas de la vida de Javier con la música, la sicología y su servicio pastoral: “Javier ha sido una persona que ha dedicado su vida con felicidad a servir en los mandatos y los caminos que el Señor le ha puesto. Yo he estado muy cerca de él. Como familia hemos visto en él un testimonio de lo que el Señor quiere”.
Durante la eucaristía presidida por el provincial René Cabezón, pudimos ver a Sergio Silva, quien envió un saludo especial para Javier y otro para la parroquia: “Me habría encantado estar con ustedes, pero estamos a mucha distancia. Tengo aquí un texto del padre Esteban que habla del valor que tuvo para él la inserción en San Pedro y San Pablo. Él sabía, porque la iglesia se lo había enseñado, que los pobres son los preferidos del Señor. Pero la experiencia en San Pedro y San Pablo, le hizo aprender esa verdad, no como una verdad universal sino con fuerza de parentela, olor de vecindad, carne y sangre y dolores con nombres y apellidos. A mi me pasó algo semejante, un poco distinto, porque yo no he vivido como él tan integrado en la vida de la parroquia, pero la misa dominical durante años de años, desde el año 73 en adelante, ha tenido para mí de este olor de vecindad, carne y sangre y dolores con nombres y apellidos, y esto se lo agradezco a ustedes infinitamente. Sin ese aporte de la fe vivida de ustedes, creo que mi enseñanza teológica habría sido abstracta y no habría servido de mucho. Por eso, muchísimas gracias al cumplir estos 50 años”.
En tanto Javier se mostró muy contento por la hermosa celebración donde estuvo gran parte de su familia: “Yo soy muy inseguro de mi mismo, siempre pienso que no sé hacer las cosas lo suficientemente bien, o adecuadamente, pero el cariño de la gente estos días a uno le borra esos pequeños defectos que tenemos y le da más energía para hacer lo que tenemos que hacer en cada momento. Estoy muy contento porque en estos años he ido viendo cómo pasan las cosas”.