Por Montserrat Montecino ss.cc.
El evangelio de este domingo nos narra el encuentro de los discípulos con Jesús después de unos arduos días de misión. Nosotros tenemos la experiencia de misiones y sabemos que esos días agotan y cansan, y que a su vez nos llenan de alegría y queremos compartir con todos lo que “hemos visto y oído”.
Los apóstoles llegan donde el maestro a contar los frutos de lo vivido. Él los mira y percibe su cansancio y el ardor de su corazón. Les dice que los llevará a un lugar tranquilo, donde puedan reposar, un lugar donde el corazón se aquiete y donde puedan comer para recuperar las fuerzas de la entrega. Se retirarán porque la multitud no le deja ningún momento a solas.
La gente que los seguía se da cuenta que se les escapa su esperanza, por lo cual corren y llegan primero. Jesús los ve y siente compasión de ese pueblo. Su pueblo que “estaba como ovejas sin pastor”, no tenía quien lo guíe y acompañe. Es capaz de renunciar a sí mismo para estar con los suyos, con los que le necesitan, con los que necesitan un refugio tranquilo, un lugar donde reposar, donde uno se sienta en casa, donde me conocen y me aceptan como soy.
Necesitamos encontrarnos con este pastor que nos mira con compasión, que nos lleva a un lugar apartado y repara nuestras fuerzas. A su vez necesitamos ser pastores y pastoras de otros que necesitan ser acogidos, reparados y acompañados… más que nunca es el grito desesperado de nuestro tiempo y de nuestra Iglesia.
“El Señor es mi (nuestro) Pastor, ¿qué me (nos) puede faltar?”.