Por Félix Martin ss.cc.
Ex 16,2-4.12-15; Ef 4,17.20-24; Jn 6,24-35
1.- En el libro del Éxodo se nos dice que los judíos, cuando estaban en el desierto, murmuraban contra Moisés y Aarón porque pasaban hambre y sed. Se acordaban de las ollas de carne que comían cuando eran esclavos en Egipto. Algo parecido puede pasarnos también a nosotros ante las dificultades que tenemos que sufrir muchas veces en el presente. Fácilmente tendemos a pensar, con el poeta, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero esto muchas veces no es verdad; lo que debemos hacer es afrontar con valentía y resolución las dificultades del momento, porque cada tiempo tiene su afán propio y con quejarnos no arreglamos los problemas. Toda la vida es paso, tránsito, desierto, y debemos pensar que el momento presente es siempre el más importante para nosotros. La vida es una sucesión ininterrumpida de momentos presentes. Debemos confiar en que Dios nos va a dar en cada momento lo que más nos conviene. Aunque algunas veces nos resulte difícil entenderlo.
2.- Pablo pide a los creyentes que se dejen renovar por el Espíritu Santo y pasen de un modo de obrar no digno del ser humano, a un modo de obrar digno de quien tiene fe en Cristo. Pide que abandonemos nuestro estilo anterior de vida pecaminosa y marchemos en adelante por un nuevo camino de vida cristiana. Se nos invita a no dejarnos guiar por esta “vaciedad de criterios”. En estos pocos versículos continúa la exhortación a buscar la unidad y a vivir dignamente la propia vida cristiana, guiada y fundamentada en un verdadero conocimiento de Cristo. Pablo desarrolla este argumento jugando con la antítesis del ser humano viejo y el ser humano nuevo (Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8). Elegir la novedad, lo nuevo, es elegir a Cristo. Esto significa romper con el viejo ser humano pecaminoso, con el pecado del mundo, para estar dispuestos a una continua renovación en el Espíritu, a vivir en la justicia y santidad y ser justos y rectos. Este texto es una clara respuesta a quienes piensan que el cristianismo simplemente es una cosa del pasado. ¡Qué difícil es abandonar el ser humano viejo y revestirnos del ser humano nuevo! Nacemos más hijos de Adán, que hijos de Cristo. Pero en esto consiste precisamente nuestra vocación de cristianos, en ir alejándonos cada día un poco más de Adán y en ir acercándonos cada día un poco más a Cristo. ¡Qué maravilloso tiene que ser vivir del todo en justicia y santidad verdadera! Porque a esto tenemos que aspirar como cristianos: a vivir cada día un poco más en comunión con Cristo.
3.- Jesús nos confronta en el evangelio de hoy con esta pregunta: “¿Por qué me están buscando?” ¿Por qué buscamos nosotros a Jesús? ¿Es únicamente por las cosas que él nos da? Recibimos mucho de Jesús, es cierto, pero ¿buscamos a Jesús por él mismo, por lo que significa para nuestras vidas? Él es quien da sentido a nuestra vida y quien nos dice cómo podemos seguir creciendo como hermanos y hermanas suyos. Y nos pide también que aprendamos de él a darnos a los demás para llegar a ser, por nuestra entrega, como comida y bebida los unos para los otros.
Es verdad que lo que mueve, en gran parte, la vida de las personas y de los pueblos es la búsqueda del alimento necesario para vivir corporalmente. Así ha sido desde el principio de la humanidad y así va a seguir siendo mientras sigamos siendo esclavos de este cuerpo material que Dios nos ha dado. Es bueno trabajar para tener el alimento necesario para vivir y es, evangélicamente, bueno luchar para que a nadie le falte el alimento necesario de cada día. Lo primero que tenemos que hacer con una persona hambrienta es darle de comer; después podemos hablarle de otros alimentos necesarios para la vida del espíritu. Lo que no es evangélico es buscar única y exclusivamente los bienes materiales, el pan material, sin preocuparnos del pan espiritual, del pan de Dios. Eso es lo que Jesús reprocha a la multitud que le seguía porque les había dado de comer materialmente hasta saciarse. Jesús no había venido al mundo, principalmente, para arreglar el problema del hambre material, sino para llenarnos de Dios, para darnos en abundancia el pan de Dios. Nosotros, llenos de Dios, debemos procurar también que a nadie le falte el pan material, pero sin olvidar nunca que lo que Dios vino a darnos es el pan de vida, un pan que no perece, sino que dura para la vida eterna.
Hoy en día hay muchos millones y millones que padecen de hambre. Pero ¿es solo de pan, o de arroz o de su alimento básico? Como cristianos tenemos que preocuparnos por el problema del hambre en el mundo, pero no deberíamos olvidar la tremenda hambre espiritual, que anhela respeto de la dignidad personal y de los valores humanos, de justicia y de paz. Hay alguien que vino a vivir entre la gente para satisfacer las más profundas hambres del ser humano y se hizo a sí mismo pan para la vida del mundo. Es Jesús, el Señor, que está aquí en medio de nosotros. Si creemos en él y le seguimos en su camino de entrega de sí mismo, podemos trabajar por medio de él y con él para llevarle, a un mundo hambriento, el alimento eficaz que sacie toda clase de hambre.
Al participar de la eucaristía, pidámosle: «Señor, danos siempre de este pan, ¡danos esta vida que nos convertirá en personas que contagian vida, ganas de vivir!”