Domingo 2 de septiembre

Por José Johnson Mardones - Profesor de religión Colegio SS.CC. Concepción

Dt 4,1-2.6-8; St 1,17-18.21b-22.27; Mc 7,1-8ª.14-15.21-23

Una iglesia de manos sucias

El evangelio de Marcos nos muestra en este pasaje el enfrentamiento entre Jesús y un grupo de fariseos “venidos de Jerusalén”, es decir, se trata de un grupo de “expertos” que vienen a investigar a Jesús y su grupo. La actitud crítica y novedosa de los discípulos enciende las alertas de las autoridades y los lleva a cuestionar la práctica de los discípulos en nombre de la tradición. El tema del lavado de manos antes de las comidas es solo la excusa, el verdadero conflicto es doble: el peso de las tradiciones frente al mandato de Dios y el verdadero criterio de pureza.

Los fariseos eran un grupo estudioso de la Ley y, con el fin de asegurar su cumplimiento, habían ido estableciendo con el tiempo muchas costumbres y tradiciones que hacían pesada la práctica religiosa, cuando no claramente obsesiva. Pero aún, según la visión de Jesús, ocupaban esas tradiciones para saltarse el mandamiento de Dios. Y esto tiene algo que decirnos también hoy, particularmente a nuestra Iglesia chilena. El papa Francisco ha hablado de una “cultura del abuso” que se ha instalado en la iglesia y sociedad chilenas, es decir, en prácticas dañinas que por ser constantes se habían vuelto normales. ¿Cuántas veces no ponemos toda nuestra atención en detalles olvidando el centro del evangelio? Jesús nos invita a dejar las “tradiciones” que nos dañan como Iglesia, y reencontrarnos con el evangelio y su novedad provocadora. Nunca una tradición religiosa, por venerable que sea, puede ser puesta sobre el amor, la fraternidad o la justicia, el servicio a los pobres o la evangelización.

El segundo elemento es el criterio de la pureza. Esta era importante en la época de Jesús, al punto de constituir una verdadera obsesión. La pureza permitía acceder a Dios, ser agradable a sus ojos y por eso era una preocupación constante. Jesús pone las cosas en su punto, lo que agrada a Dios no son las prácticas externas, sino la intención del corazón. Como Iglesia chilena hemos caído en el mismo error. Los abusos cometidos nos escandalizan y queremos sacarnos esa suciedad de las manos, queremos mostrar un rostro limpio delante de los demás, nos molesta nuestra impureza. Esto nos puede llevar al error de centrarnos ahora en nuestra limpieza como Iglesia, es decir, seguir mirándonos hacia dentro y olvidarnos nuevamente de lo que sucede ahí afuera. A Jesús le interesa nuestro corazón comprometido con su causa, y nuestras manos puestas en la tarea, entregando nuestro servicio a los más pobres y a los que sufren, tocando con esas mismas manos, llenas quizá de pecado, el dolor y la miseria del otro. Será sin duda ese contacto cotidiano con el sufrimiento lo que realmente lavará nuestras manos y, sobre todo, limpiará nuestro corazón al actuar según el corazón de Jesús.

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