Luis R. Reyes Zamora - Coordinador de Primer Ciclo, Colegio San Damián de Molokai de Valparaíso
Sb 7,7-11; Hb 4,12-13; Mc 10,17-30
¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? (Mc.10, 17)
La pregunta de un hombre honrado, cumplidor, piadoso, con miras elevadas es una ocasión propicia para que Jesús, nos haga llegar una catequesis respecto de lo que significa el seguimiento.
Es una pregunta que directa o indirectamente todos nos la hemos hecho alguna vez ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? Y en este sentido Jesús nos hace una invitación a salirnos de las limitaciones de nuestra propia existencia y dejar de mirar solamente nuestros “cumplimientos”, y de esta manera responsabilizarnos por la vida de los más sencillos, de los más necesitados, no solo en el plano material, sino que en todos los planos de la existencia humana, espiritual, educativo y afectivo, es una invitación a un seguimiento de generosidad a una vivencia del evangelio centrada en el otro.
Cuando la respuesta del joven es escuchar a Jesús desde sus riquezas, prefiere, aunque triste, alejarse y es en ese momento que se produce un segundo llamamiento de ánimo, de confirmación, de la alegría que significa el escuchar el llamado de Dios al seguimiento, hablan de lo que han perdido y han ganado, les dice que a pesar de las dificultades encontradas van por buen camino y que recibirán mucho más de lo que están entregando.
En un contexto actual e intentando dar respuesta a la pregunta personal, interna, que cada uno nos hacemos: ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?, Jesús nos invita a una reflexión en relación a dos elementos esenciales de la vida cristiana, ¿Qué he recibido de la vida, de Dios, por seguir a Jesús? Y un segundo elemento fundamental en la vida de todo cristiano, que es el comprender que sin la presencia misericordiosa de Dios, todos nuestros esfuerzos serán inútiles, dado que no existe nada que nosotros, con nuestra fuerza, ánimo y perseverancia que nacen de nuestra humanidad, podamos hacer para alcanzar la vida eterna y es en torno a esa reflexión tan personal, tan propia de cada uno, podré encontrar una nueva forma de comprenderme a mí mismo como hijo de Dios en relación con otros, una nueva forma de comprender el sentido de la fraternidad y de relacionarme desde la generosidad que he recibido de Dios y que estoy llamado a entregar.