Por CPJ Anunciación
“Quien pertenece a la verdad escucha mi voz”
Dn 7,13-14; Ap 1,5-8; Jn 18,33-37
Este domingo como iglesia celebramos la fiesta de Cristo rey. Es una hermosa oportunidad para regresar al centro del evangelio, para volver a preguntarnos qué significa que Jesús sea rey y, por lo tanto, cómo hay que comprender su Reino. Desde el principio la escena que nos muestra el evangelio es radicalmente paradójica y desarma toda imagen de majestuosidad que podríamos esperar de un rey. Jesús está prisionero, atado, golpeado y sometido a un juicio que lo llevará a la muerte. Si perseveramos en creer que Jesús es el rey y el Señor, no podemos hacer otra cosa que cambiar todas nuestras concepciones ¿de qué va este rey y este reino que parece carecer de todo poder para defenderse?
Al terminar el texto entendemos que el poder que Jesús blande no es otro que el de La verdad, de la cual él es testigo y testimonio. Es esa verdad que Jesús había transmitido a lo largo de su misión, esa nueva forma de comprender la realidad en la cual los últimos son los primeros, son felices quienes lloran y que todas las personas son hijos e hijas del Padre amoroso. Es una verdad hermosa y fascinante para quienes la acogen, pero al mismo tiempo es también una verdad que el mundo, al que el maestro se dirige, ha olvidado hace mucho. Una verdad que se va volviendo trágica, en la medida que se ve, cada vez con más claridad, que se ha tomado irrevocablemente la opción de rechazarla. Por eso Jesús no puede sino expresar que su Reino no es de este mundo.
Los poderes de ese mundo han decidido que esa manera de comprender la vida, de quien ese hombre ensangrentado y silencioso es defensor, no pueden reinar y esa pretensión debe ser pagada con la muerte. Pero la verdad no se puede matar. Se puede ocultar, se puede intentar acabar con quien pretende defenderla, pero la verdad misma es indestructible. Lo hemos experimentado últimamente, cuando vemos como en el seno de la iglesia han aparecido verdades dolorosas ocultas desde hacía décadas, o cuando se ha intentado ocultar la verdad de un hecho criminal por parte de la fuerza institucionalizada en el asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca, no logrando otra cosa que hacer más evidente la vergonzosa verdad de la institución.
Jesús, versículos antes, había llegado a identificarse con aquello por lo que está dispuesto a morir “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, por lo mismo, cada vez que optamos por la verdad podemos tener la certeza de que es con Jesús con quien nos encontramos y que somos partícipes de su Reino, por lo mismo aun cuando las consecuencias puedan ser dolorosas, podemos vivirlo en la esperanza de que es el Resucitado quien nos garantiza que la última palabra es la vida plena, la justicia y la paz. Es hermoso escuchar las últimas palabras de Jesús en el texto: “y todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz”. Son palabras que se tornan promesa, pero también nos hablan de la manera en la cual debemos relacionarnos con la verdad. En ningún caso podremos sentirnos nunca absolutos conocedores y “dueños de la verdad”, a lo más que podemos aspirar, de lo que tenemos que estar felices, es de pertenecerle, volvernos discípulos y discípulas de la verdad, de la cual siempre estamos aprendiendo, porque Jesús, el rey pobre de los pobres, es la verdad.
En esta fiesta de Cristo Rey se nos invita a volver a reconocer a Jesús como el Señor y Maestro de nuestra historia, a confiar en su voz que no deja de decirnos “la verdad los hará libres” y nos llama a buscarla incansablemente, en nuestra vida y en nuestra sociedad.