Por Beltrán Villegas ss.cc.
Miq 5, 2-5ª; Heb 10, 5-10; Lc 1, 39-45
En los tres ciclos, el cuarto domingo de Adviento tiene como figura central a María, imagen acabada de la esperanza cristiana. Esta dimensión se hace sobre todo visible en este ciclo C, con la lectura de la escena de la Visitación, porque este episodio es el único que nos presenta una actuación de la Virgen durante el tiempo en que estaba «esperando».
Subrayemos, ante todo, que la situación de toda mujer encinta es una imagen muy adecuada de la esperanza cristiana, porque es una espera y esperanza que se caracteriza por la presencia reconocible aunque oculta del hijo por nacer. Se entrelazan así el presente y el futuro. El cuidado, la ternura, el temor van generando un estado anímico especial que oscila entre el gozo y la ansiedad y que está dominado por el deseo de «tener» a ese hijo que «llena» el espíritu más que el vientre de la que «está esperando». También los cristianos esperamos al Señor Jesús que está invisiblemente presente en su Iglesia, pero que da señales inequívocas y experienciales de su «estar con nosotros hasta el fin de la historia humana» (Mt 28,20). Y así la esperanza cristiana como la de «las que están esperando», se caracteriza por una certeza y un deseo que se basan en lo que ya se está experimentando. Sin alguna experiencia gozosa del Cristo presente, es imposible una esperanza cierta y alegre de que «estaremos siempre con el Señor».
Sobre este telón de fondo de la situación de «las que están esperando» como imagen de la esperanza cristiana, veamos ahora un poco lo que hace María tan pronto como sabe que «ha quedado esperando» (porque la Visitación tiene lugar inmediatamente después de la Anunciación).
El texto destaca primeramente la presteza para servir que se ve en María. Ella no guarda su secreto para sí, sino que se pone en camino «con prontitud» para atender a su anciana pariente Isabel que -como lo supo por el ángel- se encontraba en el sexto mes de su extemporáneo embarazo. Nos señala el texto que esa actitud de servicio desencadena sucesos imprevistos y que llenan de gozo a ambas mujeres. Jesús oculto en el vientre de María manifiesta ya su acción salvadora sobre Isabel y el Bautista produciéndose así un diálogo entre ellas que es el prototipo de la comunión espiritual que debe darse entre los creyentes cuando ponen en común la experiencia de fe que cada cual ha tenido. La escena, en efecto, termina con el Magnificat de la Virgen.
Habría que retener de este trozo que hemos leído, que la presencia oculta pero salvadora de Jesús en la Iglesia, no es privativa nuestra. Tiene que llegar a otras personas. Y esa irradiación de Jesús que se manifiesta en nosotros tendrá lugar primeramente a través de nuestra voluntad de servicio. Encerrarnos en nosotros mismos con miedo al aire libre y a los caminos peligrosos es impedirle a Cristo que llegue a los que están lejos de nuestras seguridades.