Domingo 20 de enero

Por Beltrán Villegas ss.cc.

Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 2,1-11

El evangelio gira en torno al cambio de agua en vino, llevado a cabo por Jesús tras la intervención de su madre.

  • La comprensión cabal de este episodio pasa por la de una serie de detalles muy significativos:
  1. El hecho es calificado como signo «primero y primordial», en el que Jesús reveló su Gloria a la fe de sus discípulos
  2. El agua no es cualquier agua, sino el agua » destinada a las purificaciones de los judíos»; y el vino no es cualquier vino, y no solo es excelente y abundante, sino que es un «vino de bodas».
  3. La transformación tiene lugar después de que la intervención de la Madre de Jesús ha sido -a primera vista- rechazada en la siguiente frase de Jesús: «¿Qué tenemos en común tú y yo?» (El sentido exacto de la frase sería: ¿Por qué te metes en mis cosas?) «Todavía no ha llegado mi hora».
  • La clave que nos permite «armar este puzzle» es la identificación de «la hora de Jesús».

Es claro, por el uso repetido de frases acerca de «la Hora de Jesús» no llegada o llegada, (7,30; 12,23; 13,1) que tal Hora era la de su Pasión y Glorificación, en la que Jesús iba a transformar la antigua Alianza en la nueva Alianza: «Alianza» que en el A.T. se simbolizaba con la imagen de las «bodas», que también reaparece en el N.T. (2 Cor 11,2; Apoc 19,7.9; 21,2.9). El reconocimiento de que la «Hora» aludida por Jesús en la respuesta a su Madre es la de su Pasión, implica que la frase completa de Jesús a ella insinúa que cuando llegue esa «Hora», entonces sí que María tendrá un lugar junto a Jesús. Y es lo que efectivamente Jn nos muestra cuando nos dice que junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre, y que en ese momento Jesús la constituye en «Madre» de los discípulos añadiendo que «a partir de aquella Hora» el discípulo amado la recibió en su casa (Jn 19, 26-27). El gran cambio llevado a cabo por Jesús fue el cambio de la Ley en el Espíritu, lo que transforma a los hombres de «siervos» en «hijos»; y por tanto en «hermanos» de Jesús (=»hijos de su misma Madre»), y, en efecto solo después de su resurrección Jesús aparece llamando «hermanos suyos» a sus discípulos (Jn 20,17). En Caná, Jesús todavía no lleva a cabo «su obra» porque todavía no había llegado «su Hora»; pero realiza un «signo» de esa obra al transformar «el agua destinada a la purificación de los judíos» en un «vino de bodas»; y en la realización de ese «signo» tiene un lugar decisivo su Madre, llamada en Caná como en el Gólgota, «Mujer» denominación absolutamente extraña y ajena a todos los usos habituales, a través de la cual se alude al papel de «nueva Eva» que tiene María junto a Jesús, el «nuevo Adán» («Hombre»).

  • Juan, por consiguiente, nos muestra, a través del episodio de Caná visto en conjunto con el de la Cruz (únicos lugares de su evangelio en que aparece María), que la Madre de Jesús tiene un papel importante en nuestra existencia cristiana: no podemos ser hijos de Dios y hermanos de Jesús sin acoger «en nuestra casa» a María como «Madre nuestra»: Madre con toda esa preocupación femenina y maternal por los «detalles» de nuestra vida concreta, tal como se revela en su discreta intervención en Caná.
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