Domingo 27 de enero

Por Nicolás Viel ss.cc

Se arriesga la vida porque se ama la vida

Neh 8,2-10; 1 Cor 12,12-30; Lc 1,1-4; 4,14-21

El evangelio de Lucas de este domingo contiene dos trozos muy interesantes. Se presenta la introducción del evangelio y luego el inicio del ministerio público de Jesús.

Los versículos introductorios del evangelio, que parecen el inicio de una carta a un amigo, hacen una breve referencia a la transmisión de las enseñanzas y la memoria de las mismas. Siempre me ha impactado el enorme cartel que está en medio del estadio nacional que dice “un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”. Qué importante es la memoria para nuestra vida personal y para nuestra vida de fe. Sin memoria no podemos construir el futuro y como expresa el verso de Benedetti “el olvido está lleno de memoria”.

Qué belleza tiene pensar que la misma historia de la Iglesia es una transmisión de generación a generación de la vida de Jesús. Sin memoria y sin transmisión no habrían evangelios y sin evangelios no existiría la Iglesia (han pensado alguna vez ¿por dónde andaría nuestra vida si nadie nos hubiera transmitido a Jesús?). Somos creyentes gracias a la memoria y transmisión de muchas personas a través de muchas generaciones. No podemos relativizar el hecho que muchos y muchas han dado la vida en esta transmisión, lo que nos invita a recibir la fe con una actitud de “memoria agradecida”. Quizás nos pueda venir bien darnos unos minutos para pensar: ¿Quiénes han sido los principales transmisores de la vida de Jesús en nuestra propia historia¿Cómo ha llegado la fe a nuestra vida?

La segunda parte del evangelio nos presenta a Jesús al comienzo de su ministerio público. Hasta ahora solo teníamos un Jesús que desarrollaba su vida y su fe en un ámbito cotidiano y doméstico. Jesús se da cuenta que ha recibido una tradición de fe, siente que su vida está animada por un llamado de Dios, por lo que se decide salir a anunciar. Quizás uno de los momentos más significativos de nuestra vida de fe sucede cuando nos damos cuenta que todo aquello que hemos recibido toca ahora compartirlo, cuando tomamos consciencia que todo el cuidado, formación y cariño que hemos recibido en nuestra vida se transforma en un compromiso de cuidado, cariño y acompañamiento de otros. Este fue un gran salto en la vida de Jesús y lo sigue siendo para cada uno de nosotros. Todos tenemos que saltar desde la seguridad del hogar a la incertidumbre de la sinagoga.

En medio de la gente Jesús decide leer un pasaje del libro de Isaías que comienza señalando “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Con la lectura de este trozo bíblico Jesús se introduce a sí mismo en la tradición profética que anuncia una buena noticia que libera la vida de las gentes y restaura aquellas vidas rotas por la pobreza, la enfermedad o la tristeza.

Jesús anuncia que su vida estará al servicio de reparar y restaurar la vida humana: “me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos”. Jesús tiene la misión de restaurar la vida de los pobres, lo que nos conecta con lentos y pacientes procesos de acompañamiento de lo humano (pensemos en la restauración de una obra de arte, la que puede llevar años).

Ciertamente salir a la sinagoga, salir a la misión y comenzar de devolver lo recibido tiene sus riesgos. Como vemos en el evangelio las palabras de Jesús provocaron todo tipo de reacciones, desde la alabanza a la violencia. ¿Qué sería de la vida sin riesgos?

El Señor nos invita este domingo a reconocer con memoria agradecida nuestra historia de fe y a tomar conciencia de que en algún momento todo lo recibido lo tenemos que poner en juego en una misión. Cada uno debe encontrar la suya, desde sus posibilidades, capacidades y etapa vital. Este paso es un riesgo, pero un riesgo del evangelio que vale la pena. Al final de cuentas se arriesga la vida porque se ama la vida.

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