Domingo 3 de febrero

Por Beltrán Villegas ss.cc. 

Jer 1,4-5.17-19; 1 Cor 12,31-13,13; Lc 4,21-30

El trozo del evangelio de hoy es complejo y de muy ardua interpretación, si bien el texto de Jeremías (1ª lectura) proporciona perspectivas que nos permiten situarlo mejor y comprenderlo a la luz del destino de los «profetas». Pero no es solo la dificultad del tema propuesto por la 1ª lectura y el evangelio, sino ante todo la belleza y riqueza del texto de san Pablo (2ª lect.), lo que me mueve a centrar la reflexión en torno al papel del «amor» en la visión cristiana de la vida.

Creo que el punto central es comprender exactamente que el amor celebrado por san Pablo no es cualquier «amor». Es muy significativo que ya los traductores griegos del A.T. sintieron que las clásicas palabras «eros» y «filía» no eran adecuadas para expresar las ideas sobre el amor contenidas en el texto bíblico, y prefirieron un término griego bastante vago y poco usado: «ágape» (220 usos de esta raíz, contra 50 de la raíz filía y seis usos solamente de la raíz eros), y en el N.T. la raíz eros simplemente desaparece, la de filía se usa unas 26 veces, mientras que la de ágape aparece unas 260 veces. Y es igualmente significativo que los traductores latinos del N.T. hayan recurrido, para traducir ágape, no a los términos clásicos «amor», «amicitia» y «dilectio», sino a «caritas” (que significa propiamente «carestía», y por extensión, «aprecio», y que jamás aparece entre las virtudes celebradas por los moralistas romanos). Es evidente, entonces, que la biblia nos quiere hablar de un «amor» que nada tiene que ver con el «eros» y poco con la «filía».

Y es que todo en la religiosidad bíblica, en uno y otro testamento, está dominado por la prioridad libre del amor creador y salvador de Dios. Esta convicción es la que encontró su expresión clásica en una frase de san Juan: «Dios nos amó primero» (Jn 4,11). Este amor «primero», creador y salvador, con que Dios nos ama, cuando es acogido en su gratuidad inmerecible, suscita necesariamente una actitud de amor «gratuito», desinteresado, hacia todos los que son objeto de este amor divino. Es demasiado evidente que estamos ante una especie de «amor» que nada tiene que ver con la que evocan los términos «eros» o «filía» en griego, o «amicitia» y «dilectio» en latín. Y emerge así, como programa total de la existencia personal, amar comoDios ama y a todoslos que Dios ama.

Si con la fe acogemos el amor de Dios que se desplegó en la muerte y resurrección de su Hijo, y con la esperanza nos abrimos a la plenitud de su amor que se desplegará en nuestra propia resurrección, en el presente de nuestra historia lo único que nos cabe es amar a todos los que Dios ama y como Dios los ama.

San Pablo dice por eso que «toda la ley queda cumplida con este solo precepto: el de amar a tu prójimo como a ti mismo» (Gal 5,14); y también, que «el pleno cumplimiento de la ley es el amor» (Rom 13,10).

Esto mismo lo expresa san Pablo en la epístola de hoy al poner como atributos o rasgos del amor todas las conductas virtuosas de la vida humana en cuanto dimensiones diversas del único «amor» que brota de la conciencia de saberse amados por Dios en Cristo (1 Cor 13,4-7). E insiste en que no hay ningún «carisma» que aproveche si falta el amor (1 Cor 13, 1-3). El camino cristiano por excelencia es el del amor (1 Cor 12,31).

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