Por Roberto Soto Molina, laico, rector Colegio SS.CC. Viña del Mar-Valparaíso
Gen 15, 5-12. 17-18; Flp 3, 17- 4; Lc 9,28-36
¿Qué pasaría si tus sueños se hicieran realidad? Imagina por un instante que tu familia llega a ser todo aquello que esperas que sea. Imagina por un instante que tu trabajo llega a ser todo aquello que estás buscando. Imagina por un instante que tu país llega a ser todo aquello que esperas que sea. ¿Cómo te sentirías? Lo más probable es que muchas emociones y pensamientos positivos aparezcan en este momento. Esto lo sabe muy bien la sicología deportiva al usar imaginería con sus deportistas para que saquen afuera todo su potencial y logren sus metas a la hora de la prueba. Ejemplo de esto es Michael Phelps, nadador olímpico que obtuvo 28 medallas olímpicas. Él usaba constantemente este recurso antes de cualquier prueba. Es que visualizar el camino y la meta, nos moviliza.
Hoy el evangelio nos trae una escena muy especial. Jesús se transfigura antes de iniciar su camino hacia Jerusalén.
Lucas nos narra un hecho extraordinario, en donde Pedro, Santiago y Juan son testigos de la transfiguración de Jesús.
Para comprender este hecho, previamente es necesario comprender su contexto. Momentos antes, Jesús es reconocido como Cristo por Pedro. Ante tan alto reconocimiento Jesús señala algo impactante: “El hijo del hombre debe sufrir mucho” (Lc 9: 14-22). Un Mesías sufriente era algo muy difícil de procesar para los discípulos.
Luego, en un momento de oración, Jesús se transfigura, su rostro y sus vestimentas cambian, conversa con Moisés y Elías. Se escucha una voz que decía «este es mi hijo, mi elegido; escuchadle».
Jesús se presenta como una figura contradictoria. Primero, como un mesías que debe sufrir y que al mismo tiempo es el hijo de Dios.
En esta revelación, Moisés y Elías, representantes de la ley y los profetas, aparecen hablando entre sí de la partida de Jesús, es decir de su muerte liberadora en Jerusalén. Por esto, la transfiguración se transforma en un momento clave en la misión de Jesús, antes de iniciar su camino que concluiría con la pasión, muerte y resurrección.
En este segundo domingo de cuaresma, el relato de la transfiguración viene a animarnos en nuestro camino de conversión. Jesús se transfiguró ante sus discípulos y se reveló en toda su gloria antes de iniciar su camino a Jerusalén donde entregaría su vida. Si bien es cierto, ninguno de nosotros podrá tener un momento de transfiguración, si podemos tomar consciencia de nuestros sueños y propósitos, alimentando nuestro proyecto de vida con imágenes potentes para movilizar nuestra mente y corazón. Pues tal como señalaba san Ireneo: la Gloria de Dios es la vida del hombre. Además, al igual que Jesús experimentamos la adversidad y el sufrimiento. Por lo anterior, solo teniendo consciencia profunda de quiénes somos y qué podemos llegar a ser, podremos perseverar en el camino a pesar de las incomprensiones y contradicciones. Avancemos hacia la Pascua de Jesús, usemos sicología, visualizando el logro de nuestras metas para dar cada día el paso que estamos llamados a dar.