Por Natacha Pavlovic
“Ya está brotando, ¿no lo notáis?”
El Señor abre caminos en medio de la tempestad, ¡en medio del desierto! Regala la abundante cosecha de los campos a quienes los regaron con entrega y tantas veces dolor… El Señor nos defiende, restablece nuestra dignidad de hijas e hijos y nos impulsa a caminar, liberados del pecado que quiere hundirnos, inmóviles en el pantano de nuestros miedos, comodidades y desidias.
“Ya está brotando, ¿no lo notáis?”… imagino la voz clara, potente de Isaías, a oyentes cansados, desorientados. Las palabras surgiéndole desde la amplia sonrisa de una esperanza rotunda, de la “porfiada esperanza” que no detiene su paso, a pesar de huracanes, de terremotos, de aluviones… a pesar incluso, de nuestros sofisticados planes y del fariseo posero y aguafiestas que llevamos dentro.
En medio de nuestro mundo, del cambio permanente, exponencial, de los nuevos lenguajes, de la irrelevancia sube rating, del celular omnipresente, su promesa se hace revolución y protesta, se hace vida si aceptamos en nosotros el deseo de seguirlo.
En esta hora, no solo cabe imaginar; podemos ver, oler y hasta casi tocar… podemos, como el profeta, anunciar los brotes de lo nuevo, de la nueva tierra, aún cuando todo siga estremeciéndose dentro y fuera de nosotros.
En este tiempo de Cuaresma miramos la verdad de nuestro corazón, las grietas que ha dejado el tiempo y las heridas, el desgaste de rutinas y egoísmos. Habitamos esos recovecos que solemos evitar o disimular para cuando llegan “las visitas”. Pero cuaresma también es movimiento, es cruzar el dintel de la puerta hacia lo nuevo, al misterio de esperar esperanzados, así como hace dos mil años, ¡también ahora, en nosotros, él realiza “lo nuevo”. “Ya está brotando, ¡sí, lo veo!”.
“Yo no te condeno…”, yo te hago brotar… “Anda, y en adelante no peques más”.