El 10 de mayo de 1873, Damián desembarcó en la isla de Molokai, llamada también «la isla maldita», donde se dejaba a los leprosos a su suerte. Compartimos la memoria que de su figura hace nuestro superior general y hermano Alberto Toutin ss.cc.
En este mes de mayo celebramos a nuestro hermano, el padre Damián. Releyendo la integralidad de sus cartas por ahora traducidas solo al inglés, podemos apreciar que Damián respiraba un hondo sentido de la Iglesia. Para él la Iglesia es Cristo hoy. No solo en el Señor presente en el tabernáculo de sus capillas, sino también en los cuerpos lacerados de los leprosos. En esta visión todo cobra un sentido transfigurado a la luz de la resurrección: las donaciones en dinero y las oraciones, los clavos y los materiales para la construcción de capillas y de hospitales, los instrumentos de música para acompañar la liturgia y la recreación, las voces que se unen en la oración y en el canto, los vestidos y las medicinas para cuidar los cuerpos heridos, la linterna mágica para poner colores en la vida de los niños, las herramientas para hacer las ventanas y los ataúdes.
En fidelidad al Señor Jesús, amó a los leprosos de Molokai compartiendo con ellos su vida, reparando sus dolores causados por el alejamiento y el destierro, cargando sobre sí la cruz de la enfermedad y de la muerte. Haciendo esto, no pedía otra cosa que oraciones para no desfallecer en el seguimiento de Jesús, cargando su cruz en su Gólgota especial de Molokai. Como Jesús pastor, su alegría era la de saberse cada vez más unido a su rebaño, sirviéndolo hasta el final. La última carta de Damián, del 15 de marzo de 1889, dirigida a Ambrose Hutchison (1859-1932) superintendente residente en Kalaupapa desde 1879, es para pedirle un ataúd para Naheluna, un anciano leproso que había muerto esa misma noche.
Que Damián interceda por nosotros para amar y servir al cuerpo de Cristo en sus miembros más preciosos, los más pobres y vulnerables, hasta el último respiro de nuestra vida.